martes, 1 de noviembre de 2016

Mí Mala Poesía

Mí Mala Poesía

La poesía que escribo es tan mala, como un buen café aniquilado por la azúcar,
O como un invierno sin nieve, y en el peor de los casos:
Como un día de verano en la playa; huérfano de cuerpos desnudos, recibiendo los rayos del sol de una manera impávida, mientras la brisa del mar refresca los sueños.
Los versos que escribo carecen de toda simbiosis poética,
De toda elasticidad, y suenan más desafinados que la guitarra
Del chico que intenta ganarse desesperadamente unas cuentas monedas, en la entrada del metro, y que siempre tiene esa mirada de soslayo.
Los poetas consagrados, y los novatos; de igual manera se partirían de la risa, con lo que escribo, con estos manotazos encolerizados que buscan librarse del tedio, de la frustración, del día a día, de la vida misma… Sí se quiere, con tal de perderse por un breve momento, entre estas letras que garabateo, a un sitio; que no sea el mismo, donde siempre estoy.
No sé nada de estilos, ni de rimas estilizadas, mí prosa produce náuseas, y los monosílabos están rondando en cada línea, siendo la coartada perfecta, para que mí opaca semántica se suicide en algún callejón, al no soportar los maltratos producidos a mí endeble teclado, cuando mis dedos chocan toscamente contra el.
Mí poesía es una mierda, lo tengo muy claro, hasta esta mañana me producía un gran enfado, sin embargo aquí estoy: aniquilando un género tan puro, tan misericordioso, que llega al extremo de permitir que, un descerebrado como yo, escriba estos malos trazos;
Teniendo como único objetivo: el librarse un poco de todos sus desasosiegos.

AF







martes, 9 de febrero de 2016

Retrospección

Han pasado muchos meses, desde la última vez que he escrito para el blog, la culpa de ello la tiene la vida misma: esa vida que es un delirante destello de locura y aventura.  
Pero, esta mañana he sentido las inexorables ganas de escribir, y es que así es esto, de repente el mundo se traga las palabras y luego, en un abrir y cerrar de ojos se hace de nuevo la luz, y las ideas aparecen tan natural, como si nunca se hubiesen marchado.

Es una mañana gris de invierno, donde el sol se ha resistido en aparecer y los huesos empiezan a reclamar un poco de calor, aunque adentro del apartamento se está bien, sobre todo cuando observo a través de la ventana, como las ramas de los árboles todavía sujetan algunos cúmulos de nieve, después de la ligera nevada que hemos tenido esta madrugada.

Como reza el título de esta publicación: Retrospección (una mirada u observación sobre el pasado o un Flashback, según la definición que me ha arrogado el diccionario), intentaré hacer acopio a varios elementos, que de alguna u otra manera me han librado de tantos paradigmas.

Todo se remonta a treinta y seis años atrás, cuando vine a este mundo, en una pequeña ciudad en el caribe hondureño, la cual tuve que dejar a muy corta edad (parece que desde que nací estuve destinado a los constantes desplazamientos) para radicar en Tegucigalpa, donde afortunadamente supe lo que es crecer en un barrio, teniendo el placer de haber jugado partidos de fútbol en la calle, con pelotas de plástico y cuatro piedras a cada extremo, que según nuestras leyes, un tanto arbitrarias por cierto: eran las porterías.

Ahí empezó todo: las dudas, los sueños, las caídas, las mudanzas a otros barrios y colonias, el primer beso, el primer amor, la primera borrachera, los llantos, las horribles poesías que intenté escribir y sobre todas las cosas: los amigos y los recuerdos.

Nunca imaginé lo que la vida me tenía preparado y todos esos cambios a los cuales me he tenido que ir adecuando, pero sobre todas las cosas: nunca esperé conocer los distintos ángulos que emergen en las palabras, esas palabras que desde siempre me han acompañado y que me enseñaron que es válido soñar.

El tiempo ha ido pasando y he ido mudando la piel, como una víbora de cascabel, pero suele suceder en días como este, donde el frío aprieta y donde parece que la primavera es un espectro que brilla por su ausencia, donde hago un alto, observando lo que tengo a mí alrededor, divagando en las cosas que han sido y las otras tantas que están por llegar.

He aceptado que jamás podré escribir como mis ídolos, jamás lograré tener la capacidad narrativa de Auster, el ingenio de Margaret Atwood o la sutiliza de encontrar historias que contar en la nada, como lo hacia Cortázar, con una delirante facilidad, también he aceptado que los cuentos que escribo, no dan el ancho y que jamás conseguiré estar satisfecho con ellos, a pesar de seguir intentándolo cada día.

He aprendido a disfrutar las series en Netflix, dejando atrás los sentimientos de culpa, por pasar los fines de semana enfrente de la pantalla del televisor, especialmente en los días fríos de invierno.

Amo con excelsa locura un buen café sin azúcar, cualquier comida étnica y detesto emborracharme.
Disfruto corriendo a primera hora en la mañana, sin importar la estación del año, mientras escucho música, imaginando que vivo en otros contextos, quizás para escapar un poco de la realidad.
Me apasiona viajar, los trenes, los libros, el vino, el queso, los aviones, los viajes largos en coche, descubrir nuevas comidas, las esperas en los aeropuertos, las montañas, los lagos, la playa, descubrir un destino nuevo y  pronunciar mal las palabras en otros idiomas.

Últimamente, he descubierto que se me da bien cocinar, aunque me pierdo siguiendo recetas y al final termino adulterando las mismas.
Estoy agradecido sobre todo por la salud, porque me gusta levantarme y sentir que estoy vivo, que mis pulmones respiran a gusto, después de haber dejado de fumar varios años atrás, cuando me di cuenta que puedo crear sin la necesidad de tener un cigarrillo entre mis labios, cayendo así; otro de los tantos estereotipos que acuné en el pasado, y es que las existencias están tan llenas de estereotipos como: que todos los latinos sabemos bailar ( yo soy un fracaso) o que todos los escritores necesitan tener adicciones para escribir sus mejores obras.

Pienso, que se puede crear cualquier arte, partiendo expresamente de los sentimientos y de las realidades en que vivimos, y que no es necesario ser algún erudito (a), es más: admiro a todas aquellas personas empíricas, que no siguen normas o estilos sublimes cuando crean, dejándose llevar; exclusivamente por las ganas de expresarse y sacando sus emociones a flote, así que paso de los convencionales y de los que juzgan lo que es bueno o es malo.


Tengo un millón de defectos, para muestra un botón: me cuesta enfocarme en una cosa, soy muy ansioso, muy propenso a colapsar ante una crisis de nervios, por desconocer que traerá el futuro y por poder pagar las cuentas a fin de mes, se me dificulta expresarme con claridad cuando hablo y terminó hablando en círculos, repitiendo historias que ya conté o entrecruzando distintos relatos, todavía me resisto a probar cosas nuevas ( rock climbing o patinar sobre hielo, por ejemplo) porque me siento cómodo en las cosas que hago bien y por el temor a fracasar, teniendo claro que es necesario salir de nuestras zonas de confort.

¿A qué viene todo esto? Pues, es que muy a menudo los sueños tardan en aparecer, al igual que la primavera, que parece que está a la vuelta de la esquina, pero al fin y al cabo no se atreve a llamar a la puerta, al igual que lo hacen esas benditas palabras, tan necesarias para terminar los capítulos que se han ido quedado inconclusos, para poder empezar a escribir nuevas historias.
Como se habrán dado cuenta, he terminado entrelazando lo quería escribir, fiel a mi estilo: de ir saltando de rama en rama, con la esperanza de lo que he escrito tenga sentido, y si no: no pasa nada, hoy se permite todo.

Filadelfia 9 febrero, 2016



         


  


martes, 30 de septiembre de 2014

Relatos de la montaña.

Después de algunas desilusiones literarias, aquí estoy nuevamente recuperando las energías para seguir escribiendo, ya que al fin y al cabo ( y sin ánimos de sonar trascendente) es una de las pocas actividades que me mantiene atado a la fantasía y a esos sueños que muchas veces parecen que se quieren escapar.

“En la montaña aprendes que eres muy pequeño, una piedrecilla que baja o una tormenta te pueden eliminar del mapa, y eso me hace relativizar mucho las cosas y entender lo que es importante.”
Killian Jornet



I Parte

A pesar de que era mediados de mayo, el frío todavía estaba presente en Toronto y la primavera sabía mas a otoño que a primavera.
Los preparativos para el viaje llevan ya varias semanas, el menú para alimentarnos por cinco días en la montaña estaba listo, la comida deshidratada debidamente empaquetada, al igual que el equipo, que va desde la tienda de campaña a los utensilios para poder cocinar en la intemperie.
La habitación en nuestra casa que usamos como oficina es un galimatías con tantas cosas regadas a doquier, sin embargo a pesar del caos todo esta en un orden convexo, los mapas, las mochilas debidamente empacadas, las botas y tantos elementos que al fin determinan el éxito de la aventura.
 Shoshannah, con mas experiencia que yo, cuida cualquier detalle, que por absurdo que parezca puede ser fundamental cuando se esta en medio de la nada.

Por fin, el día indicado había llegado y nos levantamos mas temprano de lo habitual para emprender una nueva aventura que tenía como destino las smoky mountains en Carolina del Norte.
Por delante teníamos un día largo y varios kilómetros por recorrer, al igual que esa emoción que siempre esta presente cuando se tiene que cruzar una frontera y el hecho de que era mi primer “road trip” por los Estados Unidos.

Muchas veces me parece que estamos tan cerca de los Estados Unidos, para ser mas exacto a dos horas conduciendo, sin embargo cuando se cruza la frontera me parecen que las distancias son inacabables, tanto las distancias ideológicas como las geográficas, mas las ideológicas que separan tanto Canadá de esa poderosa nación.
Lo mas interesante de los “road trips”, aparte de los magníficos escenarios que nos arrojan algunas carreteras, es el hecho de poder parar en pueblitos a tomar algún café o a contemplar cualquier paisaje olvidado en medio de la nada, bajarse del coche y entregarse a contemplar alguna vista que no era esperada.
Aunque, debo de admitir que extraño los trenes y los viajes en autobús, donde solía tener todo el tiempo del mundo para leer y para soñar despierto, mientras miraba por la ventana como los segundos pasaban desdeñosamente, acompañados muchas veces de imágenes borrosas.

En esta ocasión la historia fue otra: me tocó estar al frente del volante por varias horas, alternándome con Shoshannah y cuando no estaba conduciendo trataba de descifrar infinitos mapas que parecían que nunca terminarían teniendo sentido alguno.
Aquel viaje representaba algo mas que un simple recorrido por las carreteras estadounidenses; representaba el encuentro con la montaña, con el bosque y el silencio; elementos que se necesitan tanto, especialmente cuando se vive en una gran metrópolis como Toronto.

Los kilómetros se fueron extendiendo y fuimos cruzando varios estados de la enorme nación norteamericana, hasta que el cansancio no daba para mas y decidimos que lo mejor era pernotar en un motel de carretera en algún lugar remoto de Pennsylvania.
La mañana siguiente el sol brillaba con toda su intensidad y todavía teníamos varios kilómetros por delante para llegar a nuestro destino, después de una parada obligatorio para desayunar y para volver a la vida con el ansiado café, la carretera aguardaba por nosotros.

Manejamos por horas y horas por carreteras de dos carriles, esas que tanto me gustan, dejando en el olvido las tristes autopistas y sin darnos cuenta, las deseadas montañas se fueron asomando al borde de varias praderas.
Entramos en el Estado de Carolina del Norte siendo recibidos por una brisa cálida y una humedad que nos cayó de maravilla, después del largo invierno canadiense, bajamos los vidrios del coche para que ese aire cálido entrara y dejará en el recuerdo el frío que nos precedía.
Seguimos transitando por las pintorescas carreteras de dos carriles a la orilla del río Pigeon, hasta que la oscuridad nos abrazó, robándonos así un solemne escenario revestido de un encanto netamente natural, no obstante nos regaló el mágico susurro de las aguas del río en mención, que cruza el estado de Carolina del Norte hasta llegar a Tennesee y una luna que relumbraba el camino trepidantemente fue nuestra guía.

Llegamos al lugar designado para acampar y del cual la mañana siguiente estaríamos saliendo en nuestro andar por cinco días a través de las Smoky Mountains.
Montamos la tienda con la ayuda de nuestras lámparas y antes de caer profundamente dormidos con el murmullo de las corrientes del Pigeon repasamos un tanto el mapa y la logística antes de emprender la aventura.

Extrañaba tanto dormir en una tienda y enfundarme en mi saco de dormir, despertar la mañana siguiente y encontrarme con ese rocío intenso que resulta imposible de describir.
En el campamento base se encontraban varios excursionistas, algunos se preparaban para caminar por el parque, otros habían regresado después de pasar algunos días andando por los milenarios senderos, se notaban sumamente fatigados, desaliñados y con esa sensación que conozco muy bien, y que es una mezcla de felicidad por volver a ver algo de “civilización” pero, que al mismo tiempo termina en una tristeza profunda al dejar todo lo sublime que nos regalan las montañas y el estar expuestos en su totalidad a los designios sagrados de la madre naturaleza atrás.

Preparé un café en la estufita portátil y un té para Shoshannah, mientras el sol empezaba a asomar a través de los gigantescos árboles que resguardan el campamento base. El primer sorbo de café me cayó de maravilla y sentí esa paz que solo se siente cuando se deja un millón de pasados atrás.
Shoshannah despertó y se unió a mí , estirando sus brazos como dos alas revigorizadas dispuestas a emprender el vuelo hacía cualquier cielo.

Era un día espectacular, el susurro del río Pigeon se hacia sentir y antes de desayunar nos asomamos hacia un pequeño arrollo que se enraizaba en una cascada a unos cuantos pasos del campamento base.
Desayunamos y preparamos lo esencial para llevar con nosotros en aquellos cinco días en que dejaríamos atrás nuestros móviles, el apuro de contestar correos eléctricos, las redes sociales, las macabras noticias que a diario circulan por los medios informativos y toda la presión que representa vivir en un mundo tan moderno y en una sociedad tan competitiva.
Todo se resumía a nuestras mochilas y a esas ganas insaciables de escaparnos de la realidad.

Desmontamos la tienda, nos cercioramos de tener lo necesario y otra vez Shoshannah me sorprendió con su capacidad organizativa de tener todo debidamente calculado, desde la raciones de alimentos que necesitábamos hasta el botiquín de primeros auxilios y es que cada ínfimo detalle marca una gran diferencia cuando se este lejos de cualquier indicio de civilización.

Las smoky mountains eran mi segunda aventura de montaña, mi primera aventura había sido cuatro años atrás en el Val d’ Aran en Catalunya, donde afortunadamente logré admirar paisajes que hasta el día de hoy no he vuelto a ver; como encontrar un pequeño lago de aguas turquesas a dos mil metros de altura y caballos salvajes cabalgando a un compás libertario.

Sin embargo, he aprendido que queda montaña es diferente y única al mismo tiempo, y lo mas importante: he aprendido a respetar las mismas y a saber que en cualquier segundo todo puedo cambiar, de un intenso calor y la peor humedad, se puede pasar a un frío penetrante, se tiene que estar preparado para todo y al mismo tiempo se debe ser minimalista, cargar lo esencial y ser lo mas liviano que se pueda.

Dejamos lo que no necesitábamos en nuestro coche, el cual volveríamos a ver en cinco días y sin mas preámbulo nos encaminamos en búsqueda del primer sendero del día. Eran las nueve de la mañana y ocho millas de cuesta arriba nos esperaban, el peso de nuestras mochilas no fue capaz de borrar la sonrisa que se dibujaba en nuestros rostros ante la excitación de desaparecer entre las sendas que nos conducirían a vivir otra aventura.

Toronto, 30 de septiembre, 2014.



  













lunes, 18 de agosto de 2014

Las aspas del ventilador

Ayer mientras caminaba por las calles de esta ciudad pensaba en vos; en cuantas veces soñamos con recorrer otros sitios que no fueran los mismos de siempre.
Recordé aquellos bares donde trazamos rutas inexistentes en hipotéticos mapas, que al fin y al cabo no iban a ninguna parte.

Traje a esta memoria un tanto socavada por el aire del tiempo tu cuerpo tendido en aquella cama, donde tantas veces gozamos de aquellos juegos que dejaban de ser prohibidos, desde el momento en que nuestras ropas quedaban tendidas en aquel suelo tan frío, mientras las aspas de un moribundo ventilador azul aleteaban desde un pedestal sombrío.

Luego, todo era silencio, incluso las bocinas de los coches cesaban sus diabólicos alaridos, entonces cerrábamos nuestros ojos, nos olvidábamos del mundo exterior; de las guerras que arrebatan tantas vidas inocentes, del examen de cálculo de la mañana siguiente y de ese miedo desmerecido de pensar en el futuro.


Los pensamientos dejaban de volar por aquel cuarto forrado de recuerdos inertes y de tantas noches en vela y ahí estabas vos, tan quieta como si el curso de las cosas, era simplemente; una especie de lamento estéril, que no tenía cabida en nuestras vidas, era entonces cuando despertábamos de nuestros silencios y nos mirábamos muertos de risa, mientras las aspas del ventilador traían a la habitación una leve brisa.

AF