lunes, 8 de noviembre de 2010

Paris de noche, Barcelona de madrugada y los sueños de día

Las sombras se dibujan incandescentes sobre los edificios,
los cafés y las esquinas quejosas, anuncian que es la hora de recoger las mesas.
Un clochard corre presuroso a buscar un trozo tosco de pan en la Boulengarie de la "Ruela Nuite", mientras un intelectual toma la desición de saltar desde el pasamano del Pont Neuf, con la firme intención de ahogar su respirar en las aguas del Sena.
Todo pasa en un abrir y cerrar de ojos; sin ninguna tregua la noche se va y la madrugada aparece en el Raval Catalán, entre callejuelas góticas forradas de adoquines inmortales; en una acera olvidada, de una calle sin nombre, estoy escribiendo estas palabras, con la única convicción de que el sueño aparezca en un lienzo de Dali o de despertar envuelto en una pesadilla sacada debajo de la manga de Flaubert.
Un olor a vino tinto de mala calidad, rodea la atmósfera fantasmagorica y se atreve a sacarle la lengua a las colillas que se apolillan en las fisuras crónicas
de las ramblas que circuncidan las distintas avenidas de la ciudad.
Los pasos van y vienen, van de la mano con las aguas del mar, hasta que regresan a circular las calles del barrio latino y finalmente mueren en algún escalón tratando de subir al Sacré-Coeur, en un intento por regresar a un origen que nunca vio la luz del sol.