“Yo
creo que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía,
pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo, la
esperanza cuentan más”.
Ernesto
Sabato
Era una tarde parecida a la de hoy, solamente que en
aquellos entonces me encontraba en otras latitudes, mucho mas al sur de donde
me encuentro ahora y con la temperatura un tanto mas elevada, sin embargo llovía
al igual que en estos momentos.
Me recuerdo como si fuese ayer, sigue tan presente
en la memoria aquel día gris y lluvioso en la casa de la Colonia Tiloarque, que
de alguna u otra manera marcó la pauta en mi vida.
Es increíble como pasa el tiempo, muy a menudo
cierro los ojos y vuelvo al pasado, solamente a darle un vistazo, porque he
aprendido que no es muy bueno vivir en el mismo, al igual que no es del todo
recomendable vivir enfocado en el futuro y que lo mejor es vivir el presente a
tope, aunque nos resulte difícil.
Lo cierto es que llovía sobre Tegucigalpa, era un
viernes lúgubre y la noche anterior la parranda se había extendido hasta muy
entrada la madrugada. Llegando al extremo que no me acordaba como había
regresado a casa.
A pesar de ello, me había levantado a las siete de
la mañana, y la lluvia ya había empezado a caer, no tenía clases en la universidad,
así que no había nada mejor que hacer que quedarse en la cama.
Es imposible olvidarme de aquella habitación que me
perteneció por mas de seis años, el tiempo que permanecí en Tegucigalpa,
tratando de culminar una carrera en la universidad, una carrera que como me ha
pasado con muchas cosas en mi vida: terminé odiando, a tal extremo que tuve que
dejar todo atrás, para encontrar en la facultad de periodismo un respiro
transitorio.
Desafortunadamente, el respiro duró menos de un
semestre y un mundo artificial que había creado a bases de mentiras se vino al
suelo.
Tuve que dejar la casa de Tiloarque y aquella
habitación donde aprendí tantas cosas de la vida, a pesar de ser una orbita
convexa y un universo cerrado, entre aquellas cuatro paredes podía ser yo mismo
y me acompañaba a la perfección con mi silencio, mis lecturas de madrugada y mi
música.
Llovía mucho sobre Tegucigalpa y aquello era motivo
de miedo y de muchas preocupaciones, la frágil infraestructura de la capital
severamente golpeada por el Huracán Mitch varios años atrás, se ve amenazada
por cualquier chubasco.
Por suerte, la lluvia mermó rápidamente, dejando
después de su paso una leve llovizna y un cielo encapotado.
Me quedé buena parte de la mañana tirado en la cama,
con los ojos abiertos y pensando que haría con mi vida. La frustración era una
constante en mi existencia, sin embargo trataba de hacerme el de la vista gorda
y seguía asistiendo a clases para no defraudar a mi familia, los cuales habían
apostado todas sus fichas a mi favor, con la plena seguridad que me esperaba un
brillante futuro en el mundo de los negocios internacionales; desconociendo que en un arranque de desesperación me había cambiado a la carrera de periodismo.
Las tripas empezaron a crujir, me levanté de la cama
con la intención de encontrar algún rastro de comida en la cocina.
Me preparé unas tostadas de pan con jalea y un café
bien cargado, esperando que me trajera de vuelta al mundo de los mortales.
Me senté en el sofá de la sala, encendí la tele,
justo aparecía el noticiero del medio día, en el cual los titulares dejaban
entrever que mas noticias negativas a noticias positivas estarían presentes en
la media hora que duraba el noticiero.
Lo único bueno de aquello era la guapa presentadora
que distanciaba autoritariamente de su compañero. El cual era una disparatada
caricatura mal dibujada. A parte tenia una voz chillona que era capaz de
terminar de desarticular mi sistema nervioso, el cual, por cierto ya andaba
algo machacado.
Comí las
tostadas de pan, simplemente para engañar un poco a mi estómago, en mi boca
todavía estaba presente el sabor a cerveza de la noche anterior, que tal y como
siempre solía suceder, se había extendido hasta olvidar la noción del tiempo.
Eran otros tiempos en Tegucigalpa, aunque el riesgo
de que algo pasase solía estar latente, nada que ver con la realidad de ahora.
El jueves, era el día mas esperado de la semana, aproximadamente
a las seis de la tarde empezaba la operación de andar de bar en bar, caminando
por los bulevares o descubriendo nuevos “refugios” como solíamos llamarle a los
bares o cantinas, habitualmente nos seducían aquellos que tenían las cervezas
mas baratas del mercado.
Éramos una pandilla de mas o menos cinco, todos
estudiantes universitarios, aunque muy a menudo terminaban uniéndose a nuestro
grupo otras personas, pero los que generalmente quedamos hasta el final éramos
cinco, casi siempre discutiendo de política, de música, de futbol o sobre algún
libro.
Nos emborrachábamos a placer, deambulábamos por las
calles vacías y soñábamos
con viajar, con conocer otras culturas y vivir una
vida llena de emociones.
El café me lo fui tomando a sorbos muy pausados,
incluso tuve que calentar el mismo en el microondas, mientras regresaba a mi
habitación a buscar en los bolsillos de mi pantalón algún indicio de tabaco,
por suerte encontré dos cigarrillos arrugados y mi encendedor.
Salí al patio delantero de la casa a fumar, a pesar
de la liviana llovizna, que al fin y al cabo terminaba mojando.
Me quedé parado viendo a través de las rejas del
portón de metal de la casa.
La visión era la de siempre: la de uno de los tantos
cerros que rodean la ciudad y que han sido poblados, desafiando las normas
urbanísticas y donde la miseria es el pan de cada día.
Entonces, me sentí tan culpable, por estar al otro
lado de la realidad y viviendo, si se puede decir una vida cómoda y con un
millón de oportunidades delante de mis narices, mientras otros, como los
moradores de aquellas míseras viviendas, se tenían que rifar día a día el
pellejo con tal de llevarse un bocado a sus bocas. Permanecí buen rato,
inmóvil, mirando aquellos vecindarios marginales que respiran y laten de una
manera desesperada, sin importarme que la llovizna me estaba empapando.
Fue en aquel momento cuando tomé la decisión de dejar
muchas cosas atrás y empezar de nuevo, sin saber que la vida misma me tenía
arreglada una caja de sorpresas.
Todos los pronósticos estaban en mi contra, creo que
ni mi madre, mi eterna cómplice, se atrevía a apostar a mi favor. Las
esperanzas se habían derrumbado y estuve tan perdido por mucho tiempo, andando
y andando sin llegar a ningún sitio y perdido en pensamientos que iban y
venían, como un reloj de péndulo.
Afortunadamente, esos tiempos han quedado atrás. Ahora
miro el pasado de vez en cuando, como queriendo tener presente de donde vengo y
todo lo que he ido sorteando.
Sigue lloviendo en Toronto, la casa es muy
silenciosa y se esta muy bien con el calor de la chimenea.
Esta mañana he salido a correr con una llovizna muy
parecida a la llovizna que caía en Tegucigalpa, en aquel día en que me decidí
en darle la vuelta a tantas páginas de mi vida, para ir cerrando varios
capítulos sueltos que no terminaban de trenzarse.
La nieve del invierno poco a poco se ha ido
disipando y solo espero que esta lluvia de una tierna primavera, traiga un par
de respuestas a algunas de mis encrucijadas.
Me he parado en la entrada de mi casa, la visión que
tengo enfrente no es precisamente aquella visión del cerro poblado por humildes
viviendas, es otra visión, totalmente distinta y quizás tan inconsecuente, tampoco
estoy fumando; he dejado el tabaco mucho tiempo atrás, cosa que me place, lo
que si estoy sosteniendo es una tasa de café, mientras le doy una tregua al
teclado de mi computadora, el cual esta esperándome para ponerle el punto final
a este relato.
Cierro mis ojos y cambio por completo el panorama en
mi mente, trayendo el recuerdo de tantas cosas del pasado. Después de un rato
abro mis ojos y doy gracias por estar vivo y esperando que el futuro traiga
consigo, lo que tenga que traer.
Toronto, 4 de abril, 2014