lunes, 17 de diciembre de 2012

Mas Franch


 
 
 
 
El verano del 2009 ha sido quizás el verano más significativo en mi vida y la culpa la tuvo una maravillosa aventura llamada Mas Franch.

 Cuando vivía en Honduras escuchaba hablar del verano en alguna película y no entendía a que se referían o el porqué de tanta importancia.

En Centroamérica siempre es verano, no entendemos ese concepto de cambio de estación, a no ser por algún frente de frío, huracán o tormenta tropical que nos saca de la rutina por un par de semanas, pero, luego todo regresa a la normalidad y el sol reina nuevamente en el cielo.

El caso es que mi primer invierno fue toda una experiencia y todavía está presente en mí, el frio en el piso en Castellón de la Plana; hacia más frío adentro que afuera. Recuerdo cuando salía el sol y aprovechaba para sentarme en alguna banca de las tantas plazas a calentarme un poco. Puedo asegurar que he pasado más frío en España que en Canadá, donde todo cuenta con calefacción e insolación apropiada.

Ese 2009 cuando llegó la primavera, fue el día más feliz de mi vida y me contagié de los olores frescos de la misma. Sin embargo, era el momento para tomar decisiones.

Si no fuera por la escasez de dinero, puedo asegurar que la vida de estudiante es la mejor de todas. Pero, no todo puede ser perfecto y los recursos en los dos años en que vivimos en España lograron resistir hasta el final de nuestras aventuras gracias a la creatividad y al ingenio.

Llegamos a España justo en el momento es que la crisis económica había explotado y no fue nada fácil.

También estábamos en nuestro primer año de casados, lejos de nuestras familias y en mi caso particular, experimentado por primera vez lo que es vivir en otro país.

Shoshannah ya tenía experiencia de sobra; es más, es un caso formidable de multiculturalismo: madre canadiense, padre estadunidense y nacida por esas cosas del destino en Honduras. Luego sus pasos se trasladan a Canadá, los Estados Unidos, Australia, viajes por Asia y Centroamérica, hasta regresar a Honduras, el país en que nació.

Para mí, era todo lo contrario, siempre soñé con viajar, con conocer otras culturas, otros idiomas, pero, mi experiencia internacional se limitaba a un par de viajes por Centroamérica, nada del otro mundo.

Hay en Honduras un dicho muy popular -No es lo mismo verla venir a hablar con ella-. Y así me pasó a mí.

Llegué a España siendo un ser inseguro de mí mismo, todavía con varios prejuicios, resistiéndome a los cambios y cabeza dura, aunque pensaba que era todo un cosmopolita. Lo cual resultó ser una absoluta mentira.

Creo que si superamos esos primeros meses con Shoshannah en España, podemos superar cualquier situación, aunque a veces me pongo necio y testarudo.

El proceso de adaptación fue sumamente difícil y por varios meses me encerré en mí mismo y la cosa no fue para nada bien.

Sumado a esto el primer invierno, la ausencia de los amigos y de la familia, el ambiente hostil debido a la crisis económica y el estar viviendo en un mundo tan distinto al que estaba acostumbrado, al final todo esto terminó cobrando la debida factura, dejando amargura y esos putos arrebatos del humor que siempre me persiguen.

El invierno terminó y la primavera fue tan corta, las noticias no daban buenos augurios para España y todo el país caminaba con el fantasma de la crisis en sus espaldas.

Shoshannah pudo conseguir un trabajo con la empresa con la que trabajaba en los veranos en Canadá y los Estados Unidos. Es una empresa que hace tours en bicicleta a nivel mundial.

Iba a estar trabajando en Francia y Holanda, y yo no tenía la intención de quedarme en Castellón, un pueblo desierto en el verano.

Con el impulso de Shoshannah empecé a buscar trabajos de verano. No era el momento para aquello, el factor crisis sumado al hecho de ser un inmigrante, me hizo imposible encontrar un empleo.

Entonces, recordamos una charla con un amigo, que había hecho un Woofing en Catalunya.

Woofing es una organización internacional, que se encuentra diseminada por todo el mundo. Es una manera para conocer otras culturas a cambio de trabajar voluntariamente en proyectos que pueden ir desde huertas orgánicas, proyectos de permacultura y bio-construcción, todo haciendo referencia al medio ambiente, pero, teniendo como punto de partida los valores sociales y sostenibles.

Apliqué a un par de sitios, en Francia y Catalunya, buscando estar cerca de Shoshannah.

En dos días me contestaron diciéndome que me aceptaban por el tiempo que quería en un proyecto llamado Mas Franch. Le di un vistazo al sitio web de la organización. Siendo honesto no tenía conocimiento alguno de permacultura, bio-construcción o de huertas. Pero, era el momento de arriesgarse y de hacer algo diferente.

El verano llegó con todo su esplendor y no quedó de otra que tomar el tren.

Viajamos juntos de Castellón a Barcelona y nos despedimos en la estación de Sants. Shoshannah seguiría hacia Francia y yo me quedaba a unos cuantos kilómetros de Barcelona, para ser más específico en las afueras de un pueblito de algunos dos mil habitantes, llamado San Feliu de Pallarols, enclavado en el corazón de la comarca de la Garrocha. Un lugar sencillamente de ensueño, de esos que se miran en las películas medievales.

Me perdí por dos horas buscando el lugar, caminé por caminos de herraduras, con mi mochila a hombros y un sentido de ubicación que había fallado por completo.

El sol poco a poco se iba escondiendo y el miedo que ya sentía empezó a acrecentarse, hasta que los focos de una furgoneta me alumbraron la cara y escuché que alguien mencionaba mi nombre.

Se trataba de Gusy, un voluntario del proyecto que venía en mi búsqueda, asumiendo por la demora que me había perdido. Me dijo que no era el primero y que no sería el último en perderme con una sonrisa picaresca.

Me subí en la furgoneta y me sentí estúpido, porque estaba tan cerca del lugar. Diez minutos en coche bastaron para llegar a donde tenía que llegar.

Me recibió Erika, la pareja de Gusy y al igual que Shoshannah todo un mapamundi cultural; mejicana por nacimiento, con madre canadiense con descendencia irlandesa- italiana y padre peruano.

Me explicó el funcionamiento de la organización, que es un colectivo social, una cooperativa que busca ser un agente de cambio en la comunidad, llevando a cabo numerosos proyectos, teniendo como principal objetivo el respeto por el medio ambiente, la diversidad cultural y las ideas.

Me moría del hambre después de caminar por dos horas y al parecer había llegado justo a la hora de la cena. Ahí conocí a Juan, todo un personaje, actor de teatro que había dejado su carrera en Argentina para encontrarse a sí mismo y había terminado en el Mas Franch. Me preguntó que sabía hacer a lo que contesté con la verdad y un poco de pena -no mucho-. Y Juan me contestó - tranquilo, estas en el lugar indicado, dándome una mirada de complicidad. A la cena se sumaron Thomas, un chico belga y Silvia una chica suiza, ambos voluntarios.

Desde pequeño la inseguridad ha sido una constante en mi persona, hasta el día de hoy, con más experiencias de vida, siempre hay momentos donde me siento intimidado y con muchos miedos.

Ha sido un gran reto dejar todos los miedos atrás, principalmente el miedo de hacer mal las cosas y de defraudar a los que confían en mí.

En aquel momento estaba aterrorizado, sin saber a qué me enfrentaría y todos los sueños de aventura que desde niño había tenido, estaban resultando ser toda una pesadilla (no es lo mismo verla venir que hablar con ella). En la cena me hicieron varias preguntas y sencillamente no estaba acostumbrado a compartir con gente tan diversa, y quería sonar inteligente, coherente e interesante. Todo debido a la dichosa inseguridad.

Luego, me di cuenta que en el Mas Franch no importaba lo inteligente, lo coherente y lo interesante, todo lo contrario, era el espacio perfecto para ser quien verdaderamente se es, sin mascaras ni ataduras.

Me quedé más de un mes en el Mas Franch, trabajando en bio-construcción, ayudando en la cocina, aprendiendo sobre permacultura y lo más importante de todo, siendo yo mismo, con mis miedos y mis inseguridades por fin expuestas.

Compartí con gente que me cambió para siempre, gente a la cual siempre le guardaré un enorme respeto, por haber dejado todo atrás por entregarse a lo que aman.

Salí del Mas Franch lleno de experiencias nuevas con destino a Holanda para encontrarme con Shoshannah y para hacer un viaje en bicicleta, del cual algún día escribiré.

Pasé el mejor de los momentos en aquella Masía del siglo XVIII y me fui con la convicción de que regresaría y así fue, el siguiente verano regresé al Mas Franch y al igual que antes, encontré personas sensacionales, que me marcaron y que me enseñaron a seguir soñando sin importar que muy a menudo el mundo material nos amarre a lo superficial.

Ahora que me encuentro viviendo en un mundo tan dado y sirviendo intereses ajenos, me escapo y vuelvo a aquellos días del sol en la Garrocha.

Sé muy bien que esta vida que estoy llevando no durará para siempre, sé muy bien que tengo que recuperar los sueños y luchar por ellos, tal y como me lo enseñaron en el Mas Franch.

Desde aquel verano del 2009 mi vida no volvió a ser la misma y doy gracias por ello.

De aquella experiencia, me quedó un grupo de amigos que deambulan por los rincones de este mundo y un cúmulo de historias que algún día terminarán siendo una novela.
 
Toronto, 17 de diciembre

lunes, 10 de diciembre de 2012

Una Semana Después



Después de la tormenta viene la calma, dicen por ahí y creo que así es.
En mi última columna peque de melancólico y me ate a los azares del negativismo.
Escribir sobre Honduras, es como poner vinagres en las heridas y calmar el ardor de las mismas tarda mucho tiempo.
Lo cierto es que ha pasado una semana desde que escribí la última columna y al parecer el frío de Toronto ha hecho que mi cabeza se enfríe, aunque por adentro de mis entrañas las emociones siguen circulando a grandes raudales.
Este último viaje como era de esperar trajo muchas reflexiones, quizás mas reflexiones de lo habitual, y me ha resultado muy difícil poner cada una de esas reflexiones en un orden aleatorio, para ir poco a poco encontrando respuestas.

Antes que nada quiero dar gracias a Shoshannah, esa compañera que me ha puesto la vida; es la roca que me da fortaleza y ese manto que seca mis lágrimas. Ella sufre quizás más que yo, cuando la melancolía y la tristeza invaden mis existencias. Especialmente cuando se esta lejos de la familia y de los amigos.

Después de dejar el aeropuerto Toncotin en Tegucigalpa todo cambió. Mientras observaba a través de la ventana del avión y a la lejanía el rosario de casas que componen Tegucigalpa, se formó un nudo en mi garganta; sabia muy bien que como siempre pasa cuando viajo a Honduras, que estaba dejando un pedazo de vida atrás.
 Fue justamente, en el instante en que el avión hizo un movimiento curvo y los cerros que rodean la ciudad se fueron alejando de mi retina, no pude más y empecé a llorar.
Shoshannah se percató de aquello y solidariamente empezó a llorar conmigo, y sin decir nada ambos nos despedimos del país que nos vio nacer.
Luego la aeronave alcanzó una gran altura, dejando en el olvido cualquier indicio geográfico y solamente tuve enfrente de mis ojos nubes aterciopeladas y esa sensación de flotar en el vacío.


Hicimos una larga escala en Atlanta y mi alegría había quedado atrás; con los rostros de mi gente, con los niños que juegan entre los infinitos basurales, con la mirada tierna de mi madre, con las risas de mis amigos, con el positivismo de algunos que todavía se aferran a creer que un cambio esta por venir y desde luego, con la infinita belleza de un país que todavía late y que se resiste a morir.

Aterrizamos en Toronto a las doce y diez de la mañana. El cansancio se unió a la desazón y a la tristeza, y ni hablar de los menos siete grados centígrados que nos recibieron al salir del aeropuerto.
Llegando a casa, todo me pareció tan diferente, tan nuevo y tan finamente diseñado.
 Estaba en el cuarto de baño preparándome para lavarme los dientes cuando sin esperarlo empecé a llorar. Me hundí en un profundo llanto, como llora un niño cuando ha perdido lo que mas quiere.

Entonces, empecé a sentir un sentimiento de culpa por tener lo que tengo, por vivir con las comodidades con las que vivo y me empecé a auto criticar el porqué de tantas cosas que me rodean o por qué yo tengo lo que tengo y otros no tienen absolutamente nada, pero, no todo se trataba acerca de cosas materiales, que a la larga no importan nada, sino que entraban en la lista preceptos demasiado abstractos, que serian imposibles de explicar.
En síntesis, fue un fin de semana largo, frío y duro. Ni mi corrida de los fines de semana me pudo tranquilizar y la serenidad que necesito para enfocarme en mis proyectos tardó en llegar. 

Es extraño, siempre he tenido la facilidad de adecuarme a nuevos lugares. Creo que es debido a que desde que tenia cuatro años he andado saltando de lugar en lugar, desde que nos movimos de Tela a Comayagua, luego a Tegucigalpa, después a Siguatepeque, sin pasar por alto las vacaciones que pasé trabajando con mi tío Juan en San Pedro y luego el regreso a Tegucigalpa, para terminar exiliándome en Siguatepeque a pedido propio y haciéndole caso a mi alma que en aquel entonces andaba en las penumbras.
Luego vino el salto internacional, Europa, España, las estaciones de tren, los aeropuertos de madrugada y el silencio de los pensiones de paso.
Después le llegó el momento a Canadá y ahora son los regresos a Honduras.
Me he sobre puestos a todos los cambios, algunos dirían que asombrosamente, incluso me he sabido adaptar al temible invierno canadiense, a otro idioma y a otras normas, pero, este último regreso a Honduras me ha dejado alicaído y con un montón de pensamientos dando vuelta en la cabeza.

El caso es que ahora se trata de dos y no de uno solo, Shoshannah es la que sufre estos arrebatos del humor y una vez más, tal y como suele suceder me ha hecho ver que me ama al aguantar mis polaridades y compartir mis tristezas.
Me pasé el fin de semana refunfuñando y pensando en todo lo que había tenido enfrente en mi viaje a casa; las caras de los sucios políticos, la miseria, el hambre y todas las cosas que me entristecen y que por completo me hicieron olvidarme de las cosas positivas, llevándome a encerrarme en un círculo oscuro.
Ha pasado más de una semana desde que regresé a Toronto y parece que ya estoy nuevamente en el engranaje, empezando el invierno y retomando proyectos que se estaban quedando atrás.

Otro año esta por terminar, cuando todavía tenemos la sensación que apenas acaba de empezar.
Si algo he aprendido en estos 32 años de existencia, es que la vida es una caja de pandora, llena de sorpresas, de momentos alegres y de amargos, de pruebas y vicisitudes.
Pero, al final siempre esta la luz al final del túnel y no queda mas remedio que reinventarse e intentar de nuevo.

Creo que no somos nada sin nuestros sueños, aunque muy a menudo tarden en aparecer y aunque a veces pensemos que nunca llegarán, pero hay que seguir creyendo en este dogma de vida; que todo llega a su tiempo.
La tristeza de la columna que escribí una semana atrás poco a poco esta quedando atrás y aunque el cielo este gris y el invierno halla borrado el verdor, todavía se vale soñar y de vez en vez poner una sonrisa en la cara y apreciar de que todo no esta perdido.


A todos los que leen este blog, a Shoshannah mi infinito apoyo, a mi familia en  Honduras y a mis amigos que me han enseñado el camino.

Toronto, 10 de diciembre.

martes, 4 de diciembre de 2012

Nota de Duelo a un País Llamado Honduras



Esta columna es como un mandato del alma y al mismo tiempo es una nota de duelo.
 Disculpen el excesivo sentimentalismo y si caigo en el fondo profundo de la cursilería.
Esta vez no me quiero guardar nada y voy a traspasar esa tenebrosa línea que me aparta de lo pueril y la cual siempre he evitado cruzar.
El sábado a primera hora de la mañana aterricé en Toronto, después de haber estado tres semanas en Honduras.
Por cosas del azar llegué justo en el momento de las elecciones internas y me volví a encontrar frente al asqueroso y burdo espectáculo político.
Volví a ver los mismos spots publicitarios, donde los políticos de siempre casi se devoran vivos entre si; atacándose y rebajándose a la mas mínima expresión de educación y muchos otros que han salido literalmente debajo de las piedras, siendo unos don nadie y conducidos exclusivamente por las ansias de poder.
Aunque siempre estoy al tanto de lo que pasa en Honduras, no hay nada como ser testigo en primera persona del bochornoso espectáculo que desde siempre han representado las elecciones.
En fin, todo fue un show, el mismo show que se monta desde siempre y en el que todo es valido con tal de hacerse con una cuota de mando.
Todo esto, ocurre entre un ambiente de inseguridad que asusta y que no deja ni tan siquiera caminar por las calles sin el temor a ser decapitado por algún matón.
Hubo de todo, muertes, derramamiento de sangre, mentiras, injurias y desde luego fraude electoral, tal y como era de suponerse, porque en Honduras la palabra democracia es una palabra mancillada y denigrada.
Es chocante y me hierve las entrañas cuando compruebo con mis propios ojos que el país se esta hundiendo cada vez mas, mientras los políticos hacen de las suyas.
Desde el momento en que arribé a Tegucigalpa pude palpar el frenesí político, las paredes manchadas en los principales bulevares y millares de caras decorando los postes del alumbrado eléctrico, en una clara contienda por obtener un puesto en el gobierno y otros en un intento por aferrarse a las mieles del poder. Mientras las ciudades se estancan en la miseria y los poblados mas remotos siguen en el olvido. Esa es la realidad, una realidad que duele y que enferma.
La alegría por ver los amigos y la familia se vio opacada por la triste realidad, esa realidad que no se puede esconder y aunque varios traten de tapar el sol con un dedo, a la larga no bastan anteojos para ver directamente lo que esta enfrente de nuestras miradas.
En el vuelo de regreso a Toronto fui presa de una ensarta de sentimientos que están todavía volando por mi subconsciente. Me duele lo que pasa en Honduras, me duele cuando escucho los relatos de mis amigos que ya perdieron la esperanza de un mejor porvenir, me duele la violencia que carcome cada centímetro de tierra, cada espacio y que corta cada halito de aire.
No quiero sonar pesimista, pero, el próximo año será peor. Si en estas elecciones primarias el arsenal propagandístico fue inmenso, no quiero ni pensar como serán las siguientes elecciones generales que se llevaran a cabo en noviembre del 2013.
Me pregunto que pasaría si en lugar de tirar el dinero en las sucias campañas políticas, se destinaran todos los fondos para aliviar la miseria, para mejorar el deplorable sistema educativo y ni hablar del sistema de salud.
Seria una mejor Honduras, pero, lógicamente a nuestros gobernantes no les conviene, lo único que les interesa es seguir manteniendo a la población adormecida con sucias arengas, con cánticos estúpidos y propuestas que no van a ningún lugar.
Lastimosamente, no veo un porvenir, creo que el cambio en el país tiene que venir desde un marco individual, ya que todos los partidos políticos están amañados y comprometidos a satisfacer los intereses de unos cuantos.
Me da rabia y me indigna como están acabando con Honduras, cuando tenemos todo para desarrollarnos y para ser una nación próspera.
Esa es la historia de Latinoamérica. Llegara el momento que el pueblo unido se levante, eso si, todos con una causa en común y sin distinción de colores e ideologías, solamente nos moverá la indignación contra los corruptos que nos han  condenado a vivir sin esperanza y que se han enriquecido a costillas de un pueblo moribundo.
La verdad es que sigo indignado, no tengo ganas para escribir sobre la belleza de las playas del mar caribe o sobre el verdor de las montañas.
 Otro día, quizás vuelva a escribir sobre los elementos que me hacen feliz cuando visito Honduras, pero, por ahora me quedo con la indignación y la rabia a flor de piel.
He hecho uso del derecho que como ser humano me corresponde para estar triste y la lluvia que cae en la ciudad esta ayudando a que consiga mi cometido.

Toronto 4 de noviembre.

martes, 6 de noviembre de 2012

De Tiempos a Tiempos


El tiempo pasa de una manera brutal. En un abrir y cerrar de ojos, te encuentras en otra dimensión y enfrentando nuevos retos. Así es la vida, capaz de cambiar el giro de todo con un simple soplo.

Me pasa que semanas atrás estaba deslizándome en mi bicicleta por las calles de Toronto en dirección al sur de la ciudad. Ahora, la página ha dado vuelta y me dirigo cada mañana al norte, eso si, el frío se ha dejado venir y el panorama caluroso que nos regalaba el verano ha desaparecido del firmamento.

Después de estar trabajando en una huerta comunitaria, con personas que me han enseñado tantas lecciones de vida, me he visto en un vuelo en primera clase rumbo a Perú para emprender un nuevo proyecto.

Hace una semana regresé del país sudamericano con la enorme deuda sobre los hombros de conocer más sobre el mismo. El tiempo me quedo corto y no pude descubrir la cultura de los cafés, de las plazuelas y los mercados artesanales. Mis recorridos se limitaron de mi habitación de hotel a mi trabajo y viceversa y solamente tuve un día para caminar por Lima y un día no es suficiente para descifrar los misterios de las ciudades.

En fin, al menos me volví a encontrar con los aeropuertos que tanto amo, con las largas esperas para conectarme con otro vuelo, me encontré con los rostros de los viajeros, con las miradas cansadas y tomé innumerables cafés en compañía de mi computadora para matar el tiempo.

Pero, regresando al tema de cambio de vidas; ahora estoy metido en otro mundo, alejado sustancialmente del campo social que tanto me apasiona y en vez de traducir para inmigrantes recién llegados a Canadá, ahora traduzco para empresarios. Los términos lingüísticos al igual que las historias de vida que ahora tengo de frente son tan distintas a las historias a las que sin quererlo me había acostumbrado.

Estar en una oficina ocho horas al día mirando fijamente el monitor de una computadora no es tarea fácil, he empezado a extrañar los vegetales que sembraba, los colores de la huerta y a Paolo, el mítico vejestorio italiano de algunos ochenta años que siempre me servía un café con una sonrisa un tanto gastada en mi cafetería favorita en la ciudad.

Sin embargo, soy un ferviente creyente que la vida es una especie de ruleta rusa, donde cada día algo sucede y no queda de otra que acoplarse a los vientos que soplan. Al final todo lo que queda es experiencia y más historias que contar.

Lo cierto es que cambié de ambiente y otro mundo se está abriendo ante mis ojos. Por lo pronto ahí voy, encontrando la dichosa locura y al mismo tiempo paz en los elementos que varios no entienden; conducir mi bicicleta con menos tres grados centígrados, correr en una esplendorosa mañana de otoño con las calles de la ciudad forradas de hojas o simplemente disfrutando de un café y una platica sobre proyectos futuros en compañía de Shoshannah.

A veces nos preocupamos por tantas cosas y al final lo único que importa es el hecho puro de respirar al despertar.

En tres días estaré nuevamente en el aeropuerto, pero esta vez el destino se llama Honduras. No puedo esperar por encontrarme con un millón de cosas que me hacen ser quien verdaderamente soy y seguramente estaré escribiendo sobre eso.

Por lo pronto me quedo con la pantalla de mi computadora, con un centenar de correos electrónicos que tengo pendiente por escribir y una tarde oscura que no da indicios de claridad, mientras que en mi estómago se forma un nudo debido a la emoción por emprender el regreso a casa.

Toronto, 6 de noviembre.

 

viernes, 1 de junio de 2012

El Desencanto de la Ciudad


Siempre me he creído un animal urbano; un nómada que disfruta vagar en el espacio inicuo de las grandes ciudades.
Desde siempre he preferido el asfalto, los bulevares y las infinitas callejuelas empedradas, ya sea de Barcelona, Paris o Lisboa.
Desde siempre me he rendido a los cafés; a esos recónditos lugares de dimensiones casi inexistentes, donde se encuentra paz, leyendo un buen libro o simplemente viendo la gente pasar delante de un mundo distante.
Pero, todo cambió después de encontrar el resplandor de un sol diferente en los pirineos catalanes, entre Francia y la frontera que no logra dividir lo que no es real.
Entre montañas y picos, entre llanos y praderas, y entre nubes que parecían ser poemas líricos, quizás odas alegóricas a algún dios pagano, encontré otro mundo.
Un mundo donde lo que reina es el silencio, la paz de creer que nada es cierto y que los ríos son dedos que se entrelazan entre sí, hasta formar un nudo ciego, que no se puede romper así por así.
Andando por aquellas sendas solitarias, entendí que solamente encuentra aquel que busca, aunque no sepa que es lo que se quiere encontrar.  Entendí que el silencio dice más que mil palabras y que todavía hay labios que se mueren por ser besados.
Es irónico, aunque el ruido de la ciudad y las masas humanas que se arremolinan en los vagones del metro, parecen indicar que nunca estamos solos, al final todo termina siendo una absoluta solicitud, una macabra caricatura burlesca de una sociedad que clama por algo que no sabe  y al final todos terminamos estando solos.
Los cafés no significan lo que antes significaron, las librerías perdieron el encanto y las calles dejaron de regalar miradas llenas de incógnitas y de misterios sin resolver.
 El saxofón del jazzista suena desafinado, al igual que el piano y la decadente guitarra de algún músico que se aferra a la esperanza de ganar unas cuantas monedas para comprarse un café.
 El barrio gay que tanto me gustaba es ahora un simple bazar que vende prendas de dudoso valor, al igual que los teatros y los marchitos cuadros que se exhiben en las decrepitas galerías de arte.
El metro dejó de ser fuente de inspiración y sus vagones ahora solamente son acuchilladas punzantes que aniquilan un alma que no se sabe a ciencia cierta si existe o es puro cuento.
 Quiero regresar a la montaña que me enseñó a encontrar paz sin obsesionarme con la idea misma de querer encontrarla. Quiero caminar entre picos que se resienten a entregarse al sol del verano y como prueba fidedigna es la nieve que lucha por vivir.
Quiero encontrar lagos a tres mil metros de altura, ciervos deambulando sin miedo y pájaros que vuelan a ras de suelo.  
Quiero dormir en una tienda y despertar a la primera hora del día y apreciar que la montaña está ahí, donde siempre ha estado, esperando por mí, por mis sueños y dispuesta a curar mis miedos.
Creo que deje de ser el nómada urbano, deje de ser una existencia más de las ciudades que he visitado  y he pasado a ser un preso de la ciudad en que ahora vivo.
Luego despierto sobresaltado, visiblemente agitado y me doy cuenta que he muerto, que mis ojos están cerrados y que mis manos están frías. Pero, mi mirada me delata y constata que no es cierto, que siempre sueño con el escape, con abordar el primer avión y luego el próximo tren que me llevara al pueblito forrado de techos color rojo y luego al fin el paraíso, la montaña que espera, que aguarda por todos aquellos que nos hemos vuelto locos en el mundo artificial de la ciudad. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Billy Peña


 

Un par de semanas atrás, mientras revisaba la página web de Diario Tiempo de Honduras, me encontré con la noticia de que el columnista Billy Peña había muerto.
Fui un ferviente lector de las columnas de Billy desde que tenía algunos quince años, gracias a la devoción de mi padre de comprar el periódico los siete días de la semana.
Siempre esperaba las columnas de Billy y aunque nunca lo conocí puedo afirmar que lo conocí de toda la vida.
Vivir en un país como Honduras, de la forma en que vivió Billy es toda una quijotada y él lo supo hacer de la mejor manera.
La noticia de su muerte me trajo tantos recuerdos y con dichos recuerdos varios sentimientos arribaron.
Recuerdo como si fuera ayer, llegando del colegio, después de caminar algunos tres kilómetros debajo de un ardiente sol, hambriento y con la cabeza caliente gracias al astro luminoso que resguardaba mí decrepito andar.
Por lo general llegaba a casa a la una y media, eso era cuando no me iba a otro rumbo con mis amigos. En fin, siempre que llegaba a casa encontraba a mi padre haciendo su habitual siesta en su hamaca, en un pequeño corredor en la entrada principal de la casa, a salvo del sol y refrescado por una serena brisa.
Siempre encontraba el periódico al lado de mi padre y en un rincón de la hamaca, con la página de un crucigrama a medio terminar y a un lado la columna de Billy.
Entraba en casa y mi madre calentaba el almuerzo, mientras eso pasaba, hablábamos en la cocina sobre cualquier cosa mientras leía la columna de Billy.
Debo admitirlo y muchas veces no escuchaba a mi madre y otras veces me las arreglaba para leer a Billy y seguir el hilo de la conversación con mi madre.
Luego ambos pasábamos a la mesa y muchas veces y entre tantos temas, siempre estaba Billy presente.
Sus columnas traían a mi madre los recuerdos de su niñez, cuando vivió en los campos bananeros de la costa norte de Honduras y a mí, a pesar de que estaba en esa edad donde los limbos mentales son una constante, me gustaba tanto, porque Billy escribía con un encanto primitivo y sobre todo con clase, cuidando delicadamente las palabras y velando por la ecuanimidad de sus escritos.
Siempre fue respetuoso con las ideas de los demás y en sus columnas la educación y los buenos modales siempre fueron sus denominadores comunes, sin dejar por fuera una pizca de ironía y otro tanto de sarcasmo.
Pero, cuando se tiene quince años no se piensa en estructuras gramaticales ni en estilos novelísticos,  aunque afortunadamente yo lo pude apreciar, pero, siendo sincero lo que mas me gustó de Billy fue la sinceridad y la pasión con la que siempre escribió.
La columna que me ató a Billy fue una columna donde expresaba su debilidad ante la depresión y en la cual relataba el sufrimiento que la misma le causaba.
Me identifiqué tanto con él, porque justificando el hecho de ser un adolescente, la depresión para mi fue mas que una rabieta de quince años, la depresión fue un mar de dudas acerca de quien era y de aceptar el hecho de que era distinto a los demás.
También me encerré y me exilié del mundo, de mis amigos y me desnudé por completo delante de mis miedos, completamente resignado a ser violado por los mismos.
En aquel momento de mi vida, fue decisivo encontrarme con aquella columna, donde Billy expresaba públicamente su sufrimiento de depresión y para aquel adolescente que fui lleno de complejos, fue fundamental leer aquella columna y entender que no estaba solo en el mundo.
Terminando de comer mi padre despertaba de su siesta y siempre reclamaba el periódico que yo tomaba sin su permiso para terminar el crucigrama.
Cuantas memorias me trae escribir este apunte, la vieja casa, la hamaca de mi padre, el fogón en la cocina, las montañas y el cielo azul.
Los años fueron pasando y salí de la vieja casa y me fui a recorrer mundo, otras depresiones vinieron, amores, desamores y también nuevas soledades.
Billy siempre estuvo ahí, conmigo al igual que los libros y los intentos fallidos de poesía barata, que servían para darme ánimo y para inyectarme una dosis de coraje.
Pero, lo que terminó de sellar nuestra amistad fue la columna “no me enseñaste” dedicada a su madre.
Billy, al igual que yo tuvo una enorme devoción por su madre, la cual fue su cómplice, su amiga, quizás su único gran amor y la responsable de que se convirtiese en un humanista.
Cuando leí esa columna estaba otra vez sumido en una lucha sin fin contra la depresión y el miedo, y aquella columna me alivió, me cayó como un bálsamo y me hizo reencontrarme con esa figura que ha sido decisiva en mi vida y que ha creído en mi desde siempre, mi madre.
Luego salí de Honduras y gracias a la maravilla del Internet seguí a Billy, hasta el momento en que leí la noticia de su fallecimiento.
Como me hubiese gustado haber podido compartir más de un café con él y simplemente hablar y hablar.
Se fue otra de esas personas que harán mucha falta, se suma a la lista de esos seres con los que siempre quise compartir y desafortunadamente nunca se dio la circunstancia ni el lugar.
Me hará mucha falta leer las columnas de Billy, pero, sobre todas las cosas me hará falta el humanista, un ser humano con un noble corazón, el intelectual, dueño de una pluma perfumada, limpia y que siempre tuvo como estandarte la diosa razón y el sentido común.
Aunque algunos lo quisieron destruir, difamar y acusarlo de tantas cosas, tal y como pasa en Honduras, cuando alguien es diferente, cuando alguien se conduce por la línea de la honorabilidad y las buenas costumbres. Siempre salió bien librado de los ataques, tomándolos de donde venían, de papanatas que solamente se dedican a denigrar y a atacar.
Hasta pronto Billy, voy extrañar leer tus líneas en la pantalla de mi computadora, con una tasa de café al lado y el pecho hinchado por las hermosas palabras que desde siempre te pertenecieron.

Toronto 29 de Marzo del 2012