jueves, 27 de junio de 2013

Escribir Me Hace Tan Bien


“El verano por fin llegó a Toronto, aunque un poco tarde y con mucha lluvia. Sin embargo, el termómetro ha subido hasta los cuarenta grados y la humedad se ha hecho presente en el ambiente. Me recuerda mucho al calor que hace en San Pedro Sula donde las ropas se pegan a los huesos.
Las últimas semanas he estado un tanto ausente del blog, aunque sigo teniendo un montón de ideas en la cabeza, a veces me pasa, que me cuesta mucho poner las mismas en orden y escribir sobre algo en concreto, así que siempre termino mezclando varios sucesos.

 
Hace un año me encontraba en una realidad totalmente diferente a la que estoy viviendo ahora, trabajando en un proyecto que me enseñó muchas lecciones de vida y que me dejó esa increíble satisfacción de compartir con personas que han atravesado muchas dificultades en sus existencias. Dicho proyecto me mostró la otra cara de Toronto, esa cara que muchos no quieren ver o que no aceptan que existe. Me refiero a todos los marginados, a todos los que han caído en el bache de la depresión, en el horror del abuso de drogas duras y la cara de los inmigrantes que todavía no han encontrado su sitio en una nueva sociedad y han terminado viviendo en la marginalización social.

 
Trabajé en un proyecto de agricultura urbana en el corazón de la ciudad y pasé todo el verano al aire libre y escuchando tantas historias de los participantes del proyecto.
Sin duda alguna fue una gran experiencia y esta mañana entre tantos correos que tengo que contestar, entre la neurosis de mis jefes, entre las presiones que tenemos los inmigrantes de trabajar el doble para mostrar que "valemos" y entre esa infinita lucha de querer hablar a la perfección un idioma que no es el materno y de sentir una apuñalada cuando se percibe en las caras de las personas que no te entienden porque has pronunciado mal una palabra o porque tu acento es diferente.

Entre todo esto, he decido escribir esta columna, para librarme un poco de tantas cosas y de antemano sabiendo que escribir me hace tan bien. Hoy mi realidad es otra, paso ocho horas al día sentando enfrente de una computadora y literalmente pegado al teléfono.  Mi trabajo consiste en transmitir la información que me envían dese Perú a mis jefes en Canadá, los cuales invirtieron en la construcción de un hospital privado en Piura, una ciudad que ha crecido como la espuma al norte de Perú, muy cerca de Ecuador.

Hace tres años que llegué a Canadá y desde ese entonces  he estado metido de lleno en varios proyectos sociales en la comunidad, trabajando con refugiados y con inmigrantes, así como haciendo varios voluntariados en diferentes organizaciones. Sin embargo, nueve meses atrás me tire a esta aventura de las comunicaciones internacionales y el cambio ha sido brutal. Estoy viviendo en un mundo basado en la producción de capital, muchas veces sin importar como se logre ese objetivo o mejor dicho: sin importar cuales son los medios para alcanzar el ‘éxito’ económico.

El inmigrante es como el camaleón, tiene que cambiar de color, adecuarse a lo que venga y no decir  ‘no’ a lo que aparezca en el camino y en resumidas cuentas aprender de cada experiencia. Últimamente me he estado atormentando pensando en el futuro, preguntándome ¿para que estaré hecho? Creo que esta ha sido mi disyuntiva desde que tengo uso de razón. Desde las últimas semanas he estado naufragando en aguas no tan diáfanas y dándole vuelta a la misma pregunta ¿qué voy hacer con mi vida? Creo que eso nos pasa a todos los idealistas, a aquellos que no aceptamos las cosas como son dadas y que nos gusta vivir al filo de la navaja, aunque en momentos como este la premisa de lo que está más allá del mañana nos corte la respiración.

Trato de apegarme a la idea de todo lo que hago es pasajero, experiencias de vida y que nada dura para siempre, aunque resulta sumamente difícil, más cuando se llega a una edad en la vida donde la dichosa estabilidad empieza a tocar la puerta. Muchas veces mantener los sueños vivos resulta complicado, especialmente en este mundo desalmado, donde lo que dicta las pautas es lo material y el egoísmo, dejando atrás lo colectivo y el bienestar común.

En esta ensarta de pensamientos, entran los libros que leo y las líneas que escribo, en síntesis, entra todo lo que tenga que ver con la literatura, con las letras y con el arte de contar historias y de expresarse a través de las palabras. Creo que si no escribiese estuviese perdido y a lo mejor mi vida no tendría sentido, aunque muy a menudo me enfado con mis personajes, maldigo por no poder encontrar el inicio de una historia o  me hago un lio en ese intento por mezclar la ficción con la realidad.

Aquí viene la pregunta del millón ¿Estaré hecho para ser un escritor? Aunque he escrito tres novelas que no han salido de la clandestinidad del disco duro de mi computadora y que no se han enfrentado al lápiz de algún editor. Solo sé que escribir me hace sentir bien y trato de despejar las dudas sobre si tengo o no tengo talento, porque al fin y al cabo, nadie es nadie para decir lo que está bien o lo que está mal.

El sol golpea fuerte y a través de la ventana de mi oficina puedo observar lujosos coches aparcados y del otro lado una carretera desolada y varios complejos industriales. Quisiera poder brincar por la ventana, montar mi bicicleta y pedalear hacia el centro de la ciudad a disfrutar de los colores del verano y los rostros de la diversidad, esos rostros que solo se pueden ver en Toronto.

En este instante hago un paréntesis, cierro mis ojos y recuerdo que hace cinco años atrás firmé un papel para unirme a un ser majestuoso y maravilloso en matrimonio, el papel resultó ser lo de menos, fue un requisito que es puesto por los seres humanos, que muchas veces se obsesionan con darle tantas formas a las cosas, olvidándose que la verdadera felicidad radica en la simpleza.

Fue una maravillosa tarde de verano, con un sol que invitaba a soñar, cuando después de una breve ceremonia sellamos con Shoshannah lo que ya sabíamos: que queríamos compartir nuestras vidas y caminar juntos los caminos de este mundo. Cinco años han pasado desde aquel día y aquí estamos, todavía soñando y buscando nuestro sitio.

No habrá celebraciones especiales, a los dos nos gusta mantenernos alejados de los tradicionales clichés, quizás el sábado vallamos a caminar por las calles de la ciudad, quizás tomemos un café por ahí, a lo mejor nos perdamos en alguna librería y cenemos cierta comida étnica que tanto nos gusta, ya sea comida etíope, koreana o india, por mencionar algunas delicias culinarias que se pueden saborear en la ciudad.

Nuestra verdadera celebración será el próximo fin de semana cuando nos vallamos por cuatro días en un viaje en canoa por uno de los tantos  parques provinciales que hay en Ontario y en los cuales se encuentra dicha y paz.

Tal y como lo decía antes, he terminado mezclando lo que escribo, siempre pasa lo mismo, no me puedo mantener en una sola línea y termino saltando por distintas ramas. Espero que ustedes, mis estimados lectores me sepan entender y perdonen este peculiar estilo de contar las cosas; total, que solo escribo, porque me hace tan bien”.

 Toronto, 27 de Junio, 2013

 

jueves, 6 de junio de 2013

La Feria del Libro


El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
Rubén Darío

 “La feria del libro ha alzado su telón en la ciudad de Madrid. He estado siguiendo la misma a través de algunos diarios de España y me ha resultado imposible no escribir sobre esos amigos inseparables  a los cuales respeto y los cuales han sido una luz y una guía en todos los momentos de mi vida: los libros.
El mundo literario no ha estado ajeno a la crisis económica internacional que empezó a azotar el mundo entero en el 2008; resultando España uno de los países más afectados de la unión europea y a su misma vez siendo este un importante eje de las letras castellanas.

Resulta irónico, porque ahora más personas leen, más personas buscan la manera de tener mayor información, cosa que me parece fantástica, no obstante, es más complicado  comprar un libro que al final ayudará a sostener toda una industria literaria, sencillamente porque las prioridades de supervivencia no nos dejan muchas elecciones, estamos viviendo con la navaja entre los dientes y lastimosamente el campo de las letras y el arte en general, son los que están pagando los platos ratos, sin tener la culpa del descalabro que han hecho unos cuantos; llámense banqueros, afamados economistas, políticos corruptos o monarquías decrepitas.
También, está esa otra realidad que nos ha traído el mundo entero a las palmas de nuestras manos, llamado internet. Los libros de consulta cada vez están pasando a segundo plano, ahora basta con oprimir un botón para tener la información que requerimos en cuestión de segundos. Ya casi nadie escribe a mano, nos hemos vuelto esclavos de los teclados (incluyéndome a mi) y esas líneas delicadas de una letra fina y perfectamente delineada es asunto del pasado.

No estoy en contra del internet, es más, creo que ha sido una revolución que ha hecho que el mundo sea más democrático, al tener acceso a todo tipo de información en el momento deseado. Incluso se ha llegado a convertir en un medio de gran ayuda para difundir ideas (este blog es prueba de ello) aunque sueño cada noche con pasar de lo virtual a lo físico y finalmente poder acariciar con mis dedos temblorosos mi primer libro, creo que eso sería uno de los momentos más importantes de mi vida.
Sin embargo, ha llegado el momento para adecuarse a las exigencias de este mundo que marcha a una velocidad asombrosa y que cada segundo que pasa está cambiando, sin dejar a un lado los libros en su formato físico; que nunca perderán su encanto.

Soy un fanático de esas librerías pequeñitas que se encuentran escondidas en algún callejón de cualquier  ciudad de este mundo, esas librerías que guardan entre sus estantes hermosas sorpresas y no hay nada mejor; como sentarse en algún café a leer, sin ninguna prisa y con todo el tiempo del mundo por delante para dejarse guiar por cualquier historia o hacer un viaje largo en tren acompañado de una novela, así como esperar por horas y horas la próxima conexión en algún aeropuerto en compañía de un libro y café.
Soy del pensamiento que los libros se tienen que hacer circular, se tienen que mover y ser pasados a otras manos. Me gusta prestar libros y nunca espero el regreso de los mismos, solo espero que sean leídos y no me aferro a los mismos.
Me llena de ilusión un artículo que leí en una revista literaria mejicana, donde se decía que en Latinoamérica se está leyendo más, ya sea en formato digital como de la manera tradicional.

Pienso que los sistemas educativos latinoamericanos tienen que reestructurarse por completo y reformar todas sus asignaturas, incluyendo la materia de español, principalmente en el colegio y dejar de leer tantos clásicos y enfocarse mas en libros contemporáneos, quizás en relatos más apegados a nuestras realidades y casi puedo asegurar que los clásicos serán leídos en una etapa más madura, lo importante es engendrar ese bendito hábito de leer en nuestros jóvenes.
Siempre recuerdo esos primeros libros que me enseñaron otros mundos que desconocía y que abrieron mi imaginación de par en par. Todavía en mi mente navegan esos libros que despertaron en mi esas ansías locas de mezclar la ficción con la realidad y que han sido la perfecta compañía en los momentos más difíciles de mi vida, justo y cuando he necesitado un espaldarazo en la espalda, ahí han estado los bocetos de Cortázar, los pueblos inventados de García Márquez, esa exquisita escritura sin preámbulos y sin ataduras de Ramón Amaya Amador, que me hizo llorar con libros ancestrales y que tienen que ser una obligación para todo hondureño, para poder ser un poquito más humanos y no olvidarnos que tenemos que luchar contra la miseria y las injusticias.

Los libros van de la mano con las etapas que se están viviendo en la vida misma, y nuevos títulos van apareciendo, al igual que nuevos estilos. En esas trasmutaciones ya sean de espacio geográfico o de índole existencial, me he encontrado con Paul Auster, con Margaret Atwood, Junot Díaz y Roberto Bolaños entre otros.
Aunque la economía mundial no esté pasando por su mejor momento, esto no significa que se dejarán de escribir libros, es más, más libros aparecerán, porque es bien sabido que de los momentos amargos es cuando más inspiración aflora, es cuando se inventan otros mundos y la creatividad simplemente es una herramienta vital para escaparse de lo establecido y para encontrar respuestas.
Todos los amantes de la literatura esperamos que los libros sigan siendo elementos importantes en la vida cotidiana de todos los seres humanos, pero, sobre todas las cosas, esperamos que los libros nunca mueran y que sigan siendo ese bastión tan fundamental y tan necesario, para que nos guíen a ser mejores personas”.

Toronto, 5 de junio, 2013.