jueves, 17 de octubre de 2013

Matilde y su escoba



“Esta mañana un cielo opaco y mezquino ha mandado a segundo termino al sol que normalmente reina en Piura. La noche anterior ha caído un torrencial aguacero que por lo menos ha logrado aplacar el polvo y el calor.
Cuando llueve en Piura es todo un suceso, las personas se resisten a salir a la calle y el mundo gira de una manera mas pausada.
Normalmente el calor y el sol, son los denominadores comunes en esta ciudad norteña del Perú, no es en vano que la ciudad sea conocida como ‘La ciudad del eterno sol’. Las lluvias no son tan comunes en esta región y las mismas representan un gran peligro, los moribundos riachuelos regresan a sus orígenes, convirtiéndose en caudalosas corrientes, que vuelven para reclamar los causes que por un derecho natural les pertenecen y que han sido poseídos por el crecimiento sin orden y la deforestación inmisericorde.  

Aquí me encuentro otra vez en Perú, inmerso en un mundo que no es el mío y del cual tengo que hacer de tripas corazón.
 Antes de meterme de lleno en mi trabajo, tuve por fin la oportunidad de hablar con Matilde, una mujer heroica a la que le calculo algunos cincuenta años (ya que la edad nunca se pregunta).
Resulta que Matilde es la empleada doméstica en la casa que me sirve de estadía en mis viajes a Piura, ella es la encargada de limpiar la vivienda, la cual es la viva replica de alguna residencia en cualquier suburbio en las afueras de Toronto, toda una contradicción con la realidad de Piura, donde la pobreza es mas que visible y esa estúpida desigualdad de clases sociales esta tan marcada.

El deber ineludible de Matilde es eliminar el polvo y mantener todo impecable, para no meterse en problemas con mi jefe, un obsesivo con la limpieza y los gérmenes, que vive en una especie de burbuja para no contaminarse con alguna bacteria o algún virus, aunque es el dueño de un hospital y fuma sin parar.
Matilde trabaja de siete de la mañana a ocho de la noche, de lunes a sábado y cuando mi jefe esta en Perú, también le toca trabajar los días domingos.  
Nunca la he visto sentada, ni tomando un descanso, siempre esta haciendo algo, aunque no exista necesidad de hacer absolutamente nada, siempre se saca debajo de la manga una labor que llevar a cabo y al parecer la escoba es su mejor compañía.

Esta mañana como es su costumbre me ofreció prepararme algo para desayunar. Siempre he contestado que no, ya que el tiempo no es mi mejor aliado, y aparte me siento raro que alguien me sirva.
También, siempre estoy con el reloj en contra, sin embargo, contesté que si, aprovechando que afortunadamente me había levantado mas temprano de lo habitual y mi jefe todavía no estaba listo, así que tenía un poco de libertad para tomar mi desayuno en paz y lo mas importante, hablar con Matilde y conocer mas detalles de su vida.
Mientras me preparaba unos huevos revueltos y yo sorbía el primer trago de café de un nuevo día; ese primer trago que sabe a gloria y que me trae de regreso al mundo de los mortales, le pregunté a Matilde ¿Qué pensaba de su trabajo? Como queriendo romper el hielo e iniciar una conversación que al final terminó consumándose.

Entonces vi que Matilde me miró por primera vez a los ojos, al mismo tiempo que  sostenía el mango de la fridera donde freía los huevos y se limitó a contestar ‘ es lo que hay, así que no me puedo quejar’.
En aquel instante comprobé que el hielo se había roto por completo y que una conversación había nacido entre los dos.
Matilde me contó, que no tenia mas remedio que barrer suelos ajenos, lavar y planchar ropas de otros, y vérselas contra 'cada' carácter que se puede imaginar.
El salario de su esposo como conductor de moto taxi no es suficiente para sostener a sus cuatro hijos y para apalear las deudas que crecen como la espuma.
No tiene mas remedio que partirse la espalda para sacar adelante la economía del hogar, dejando atrás su propia vida y la de la familia misma, con tal de llevar un ingreso mas a la casa.

Desde muy niña había tenido que trabajar para ayudar a su madre y a sus cinco hermanos, ante la ausencia de un padre que simplemente decidió emigrar del hogar sin dar ninguna explicación y del cual es mas que notorio, que guarda un gran rencor, al ver la expresión en su cara, que delata que aquel hombre solo ha sido el que ha ayudado en el proceso de su concepción, hasta ahí no mas.

Me cuenta que ha trabajado desde que tiene uso de razón y por lo mismo nunca ha tenido tiempo para estudiar, a duras penas pudo terminar el cuarto grado de primaria y que hubiese dado todo por seguir estudiando para convertirse en una enfermera, ya que le gusta ayudar a la gente. Aunque es muy buena con los números, es mas, creo que merece el nobel de economía al multiplicar al máximo los escasos ingresos del hogar, de los cuales es la administradora.

No quiere que sus hijos sufran lo que ella ha sufrido y por eso lucha todos los días para que estos tengan una mejor calidad de vida y la oportunidad de estudiar ‘Por suerte son muy buenos estudiantes y todos colaboran en la casa’. Me dice con una voz tímida.
A pesar de que ya hemos entablado confianza, rara vez me mira a los ojos, esconde su mirada entre sus miedos y entre esa sensación que da el haber sido apaleado por las injusticias.

Matilde es solo una de las millones de mujeres que luchan en este mundo, que no se dejan vencer por la adversidades y que quieren romper de una vez por todas con todos esos patrones culturales, los mismos que han estigmatizado de una manera inquisidora a que los hombres pueden hacer lo que quieran, mientras las mujeres son las llamadas a acatar las ‘leyes’ del destino y sufrir.

‘Yo no quiero que mis hijas vivan como yo, entregadas a servir a otras personas y barriendo hasta que la espalda no de para mas. También quiero que mis hijos varones, cocinen y sepan planchar , cosa que ya hacen, porque la verdad es que uno no sabe las vueltas de la vida y tiene que estar preparado para todo’.
Aquellas palabras de Matilde me llenaron mas que los varios artículos académicos que he leído sobre igualdad de géneros y mas que las conferencias que escuché en la universidad.

Creo que no hay como los relatos en primera persona, con un léxico sencillo, comprensible y lo mas importante de todas las cosas, con palabras salidas del corazón.
Matilde me demostró que la realidad de Latinoamérica esta cambiando y que ese marco sociológico que gira en torno a que el hombre es la cabeza de todo, se esta desmoronando como un castillo de naipes.

Mi jefe salió de su habitación y me indicó que podíamos salir hacia la oficina, se notaba de mal humor. Matilde le ofreció un café y toscamente contesto ‘que no’ en un español machucado.
Suspiré profundo, le di un último sorbo a mi café, mientras le agradecía a Matilde por el desayuno y por compartir su vida conmigo.
Salimos de la casa hacia la oficina, antes de cruzar el umbral de la puerta de la casa, dirigí mi mirada hacia aquella mujer y vi que ya había empezado a barrer con su inseparable escoba, a pesar de que el suelo estaba impoluto.

Llovía finamente, exterminando el habitual polvo del ambiente. Sabía que por delante tendría un día lleno de emociones fuertes, de eventos indeseados y al terminar el día tendría en mi boca el sinsabor que deja el hacer lo que no se ama, sin embargo decidí quedarme con la bravura de Matilde, con el espíritu de lucha y con las ganas de salir adelante.

Piura, Perú, 17 de octubre, 2013