viernes, 10 de enero de 2014

Los que estamos fuera de Honduras no podemos opinar


“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.”
George Orwell.


Voy a darme el lujo de llamarme ‘exiliado,’ porque creo que todos los que dejamos el país donde hemos nacido, de una manera u otra somos exiliados y tenemos esa manía de añorar las memorias del pasado, quizás mas de lo habitual, muchas veces de una forma desesperada y brutal.
Cuando llegó el momento de salir de Honduras, cinco años atrás creí que por fin el mundo se me abría de par en par y que el momento de vivir el sueño de viajar, de conocer otras culturas y de aprender nuevos idiomas había llegado.

Sin embargo, he tenido que salir de Honduras para conectarme con mi identidad y con la realidad de mi pueblo, quizás mas que muchos de mis compatriotas que viven en el país y que se autodefinen como catrachos de cepa.
Los que me conocen saben muy bien que paso de los nacionalismos extremos, que creo que son perjudiciales y que nos apartan de la objetividad, pero, defiendo el derecho incólume de tener una identidad 
(o varias) que nos definan de donde venimos y el derecho de opinar.

Resulta que con los recientes comicios electorales que se llevaron a cabo en el mes de noviembre, que dio como ganador al candidato del partido Nacional Juan Orlando Hernández, los cuales estuvieron marcados por varias anomalías, por mencionar algunas: mi abuela que partió del mundo de los mortales varios años atrás figuraba en la lista de votantes o como varios miembros del partido del candidato ganador se  apostaron en cientos de los centros de votación a lo largo y ancho del país ofreciendo dinero en efectivo a los votantes para votar por su candidato, valiéndose de la necesidad, del hambre y de la miseria de los millones de hondureños que cada noche se van a la cama sin ninguna bocado de comida y que se levantan cada mañana sin ninguna esperanza.

El hecho es que el candidato del partido oficialista nacional salió electo como el nuevo presidente de los hondureños, en un proceso electoral tan dudoso que todavía no me explico como la comunidad internacional o los visores que llegaron al país dejaron pasar por alto todas las anomalías que sucedieron.
Nunca he tenido simpatía por ninguno de los dos partidos tradicionales (Liberal y Nacional) al igual que por los partidos “chicos” que al final se han terminado vendiendo a los intereses de los grandes. Eso no significa que la política no me interesa, todo lo contrario, creo que es vital que los seres humanos tengamos partida en la misma, eso si, alejados de los tradicionalismos y buscando el bienestar común, que a lo largo es lo que importa.

Tenía tanta expectativas en las pasadas elecciones, conservando la esperanza de que el tradicionalismo político cayera de una vez por todas, todo esto ante el surgimiento de dos fuerzas alternativas: el Partido Libre y el PAC, que en tiempo record llegaron a tener mayor popularidad que los partidos tradicionales, lo cual representó una amenaza a los mismos, que desde siempre han regido los destinos de la nación a su antojo.
Terminé inclinándome por el partido Libre, por varias razones, siendo la primera el hecho de que la candidata a la presidencia era una mujer, aunque varios afirman que Manuel Zelaya, el presidente derrocado en un golpe de estado que varios negaron, sería el que gobernaría.

Sin embargo, en Honduras todavía vivimos en una cultura machista y a muchos el hecho de ver a una mujer gobernando los destinos de un país les causa un profundo dolor de estómago, la idea de ver a una mujer empoderarse les causa nauseas y calambres en el ego.
¿Será porque las mujeres son mas difíciles de sobornar? O ¿Que son mas eficientes, mas organizadas que los hombres? O por el simple hecho de que la mentalidad de las cavernas sigue reinando en nuestra sociedad, regida en su mayoría por hombres y donde las mujeres sufren acosos sexuales en sus empleos, sin que nadie diga nada o donde las mujeres a pesar de tener las mismas condiciones educativas, simplemente no pueden competir con los hombres, solamente por ser mujer.

 Pero, vamos al motivo del por que estoy escribiendo esta columna;
Después de las anómalas elecciones publiqué un comentario en mi página de Facebook, mencionando ‘que una nueva dictadura acababa de empezar en Honduras’. Como suele suceder, varios comentarios empezaron a aparecer, unos diciendo que ‘preferían una dictadura a un comunista en el poder’ y otros acertando con mi pensamiento.
He aprendido a respetar las diferentes opiniones, aunque, tengo que reconocer que todavía me cuesta masticar aquellos que comentan sin fundamentos, ni causas, no quiero decir que tengo la razón absoluta, no, no es esa mi intención, pero, me gustan que los comentarios se hagan basados en argumentos.

El comentario que mas me llamó la atención fue uno que decía ‘que yo no tenia el derecho de opinar porque no me encontraba en el país’. Como si vivir fuera de Honduras me hiciera no tener el derecho de opinar sobre lo que pasa en el país, como que el hecho de encontrarme en otro territorio me hace menos hondureño.
 Varios paisanos creen que los que vivimos en países desarrollados vivimos como reyes, que manejamos carros lujosos y que tiramos dinero a la calle, pues no es así, cada día tenemos que enfrentarnos a tantas pruebas, entre ellas están: un nuevo idioma, que no es el materno, diferentes mentalidades, formas de trabajar, condiciones climáticas, el estar lejos de los amigos y la familia, la competencia y el esmero por demostrar que merecemos estar donde estamos.
Tenemos que empezar desde abajo, aguantar muchas situaciones y pagar el mal llamado derecho de piso, ya que todos los seres humanos tendríamos que estar en condiciones iguales en esta aldea global que habitamos.

No es nada fácil, es una lucha constante, que cansa tanto física como mentalmente. Ojo, no estoy desmeritando el esfuerzo que se tiene que hacer para vivir en Honduras o el estrés que representa vivir en un ambiente de inseguridad, donde se puede perder la vida en cualquier segundo o donde lastimosamente se tiene que conformar con lo que se tiene, que en muchos casos es nada.
Es mas todos mis compatriotas tienen mi admiración por sobrevivir en una sociedad que ha sido mancillada, llegando a tal extremo donde la vida no vale ni un pepino.

Me molesta cuando alguien intenta coartar la libre expresión, acusar de que no se puede opinar sobre un tema tan toral como es la situación política del país y toda la corrupción que desfila descaradamente ante los ojos, no solamente de los hondureños, sino que ante los ojos del mundo entero.
Pero, me molesta mas el hecho de que se diga que no puedo opinar porque no estoy en Honduras, que soy un privilegiado porque no vivo en el país donde he nacido y porque vivo en el primer mundo, ese primer mundo que es tan perfecto, porque así es, esa es la historia que nos han vendido.

Siempre que escribo trato de basarme en argumentos, ver los diferentes ángulos de las historias, indagar y luego me cuesta tanto expresar lo que pienso, todo en aras de ser lo mas objetivo que se pueda, aunque repito, que esto no significa que tenga la razón absoluta, es mas, mi intención no es tener la razón, es simplemente contar lo que pasa y lo que pasa en Honduras lo puede ver hasta un ciego, no se necesitan de analistas políticos o de sociólogos para saber que estamos viviendo en un régimen de facto, donde las normas jurídicas salen sobrando y donde la miseria esta presente en cada esquina.


Piura, Perú, 10 de enero 2014