miércoles, 27 de febrero de 2013

La Concordia


“La semana pasada me encontré con un reportaje sobre el parque La Concordia y me fue imposible no traer a la memoria tantos recuerdos.

Todas las grandes ciudades del mundo tienen la característica común que varios de sus habitantes no han nacido en las mismas. Han tenido que llegar en busca de oportunidades, ya sean académicas o laborales.

Yo soy uno de ellos. Llegué a Tegucigalpa con seis de años de edad, dejando el mar caribe y la vegetación de Tela atrás, no sin antes haber pasado un año en Comayagua, de lo cual prefiero no hablar, hasta que finalmente aterricé en las faldas del Barrio Buenos Aires muy cerca del centro de Tegucigalpa y teniendo a mis espaldas el cerro del Picacho.

El cambio fue radical y me tuve que acostumbrar de golpe a una nueva vida, a una nueva escuela y en resumidas cuentas a otra realidad.
Corría el año de 1986 y todavía está presente en mí, aquel viento que dejaba mareas de polvo en el ambiente, al igual que el recuerdo de las "potras" callejeras, en aquellas polvorientas calles.

Como olvidar los escapes al Picacho a volar barriletes y los raspones después de las potras de futbol que mi madre curaba con merthiolate y agua oxigenada.
Son tantos recuerdos que siguen tan vivos en la memoria. Crecer en esos entonces en un barrio de Tegucigalpa fue lo mejor que me pudo pasar.
El parque La Concordia era uno de mis lugares favoritos en la ciudad. Religiosamente asistíamos al parque todos los domingos. No había nada mejor que jugar en las réplicas de estelas Mayas o arrojar migas de pan a los patos que disfrutaban nadando en un estanque.

 Jugué al escondite,  me escondía en los túneles de piedra o entre los abundantes arbustos que rodeaban el parque o corría despavoridamente entre las réplicas de las estelas Mayas que se ubicaban en el parque.
Un domingo al mes después de pasar un buen rato en el parque íbamos con mi madre a comer un sándwich al Duncan Maya o por pizza a Pizza Boom y cuando la economía se estiraba al máximo cerrábamos el domingo viendo una película en el mítico cine Clamer o en el cine Variedades.

Caminábamos por la calle peatonal, que en aquellos tiempos era un mercado más en la ciudad y se tenía que tener cuidado para no tropezar con las mercaderías que se ofrecían en puestos de ventas montados de cualquier manera posible.
Nos sentábamos en la plaza Central a comer un algodón de azúcar y simplemente nos entreteníamos mirando el mundo pasar por delante de nosotros.

 
A los once años me fui de Buenos Aires a una colonia de clase media en la ciudad. Sin embargo, el barrio se quedó adentro de mí y hasta el son de hoy todavía tengo algunas mañas que adquirí en el barrio y siempre recuerdo a los personajes con que compartí.
Me fui de Tegucigalpa a los trece años recién cumplidos y lloré como el chiquillo que era por dejar la ciudad, pero, a esa edad no queda más que hacer caso a los padres y no tuve más remedio que acatar las órdenes y trasladarme en contra de mi voluntad a Siguatepeque.

Tegucigalpa ya estaba en mi destino y al terminar el bachillerato regresé a la ciudad que terminó adoptándome.
Entonces conocí la otra cara de Tegucigalpa, la cara dura de Comayagüela, las cantinas de mala muerte, las polleras, los bares más exclusivos, las discotecas de moda, los bulevares desolados a las cinco de la mañana.
El ritmo frenético de la ciudad me consumió tanto que tuve que salir corriendo y dejando una vida que después de algunos años se empezó a marchitar, si no lo hubiera hecho no estaría escribiendo esta columna.

En muchas tardes de soledad regresaba al parque La Concordia; que poco a poco estaba dejando de ser el lugar que de niño fue. El mismo había resultado dañado por el paso del Huracán Mitch, pero, a pesar de todo todavía mantenía los recuerdos y las réplicas Mayas, no así los patos y las tortugas, que ya habían pasado a mejor vida.

Ya no jugaba al escondite y mi madre ya no estaba al pendiente de mí haciendo sus tapates de crochet, sentada en alguna banca.
Era el turno de la absoluta soledad, la cual mataba mis horas, mientras fumaba sentado en las bancas del parque.
En aquel lugar escribí algunas poesías secas que termine arrojando a la basura, pero, que en aquel momento sirvieron para exorcizar mis penas.  

 
Tegucigalpa es uno de los tantos caprichos que tengo en la vida, aunque más de alguno ha de llamarme loco, pero, Tegucigalpa, entre los cordones de miseria que la rodean, esconde un gran encanto, que a pesar del descuido de las autoridades se mantiene a flote, gracias a esa inexorable fuerza que tienen las grandes ciudades y no me refiero a los modernos centros comerciales que han aparecido en la ciudad, que a la larga nos terminan por esclavizarnos al consumismo, sino, que me refiero a los cafés que se resisten a pasar a mejor vida (aunque algunos no han logrado subsistir) y donde se respiran ideas diferentes y arte, ese arte que tanto se necesita y que al final nos hace libres.

 
Siempre que viajo a Honduras, Tegucigalpa es una parada obligada, aunque cuando estoy aterrizando en Toncontin entre cerros y los infinitos caseríos, me recrimino el no haber aterrizado en San Pedro.
Sin embargo, cuando el susto pasa y cuando los aplausos para el piloto aparecen, suspiro hondo y sonrío por haber arribado a esta ciudad que me ha dado tantas enseñanzas de vida.

En el último viaje a Honduras, me perdí por las calles del centro nuevamente y ya no encontré lugares que fueron tan especiales (Café de Pie, El Mediterráneo) lo que encontré fueron edificios antiguos que son parte del carácter de la ciudad siendo desplazados por modernas construcciones y otros cayéndose a mil pedazos ante la mirada parsimoniosa de las autoridades.
Quise regresar a La Concordia, pero, varios amigos me dijeron -que ni lo pensara, que me podían atracar-. Supongo que los años no han pasado en vano y me he vuelto más miedoso y así que decidí por no visitar el parque y creo que fue lo mejor que hice.

Como contaba antes, mire las fotos del parque en internet (o lo que queda del mismo) y no pude resistir y terminé llorando, al ver el lamentable estado en que se encuentra.
Han saqueado hasta las bancas del parque y los túneles forrados de piedras donde jugaba escondite ahora son letrinas.
as réplicas mayas han sido desfiguradas con cinceles en un acto macabro contra tantos recuerdos.

Por lo menos las manos criminales que se ensañan con destruir y matar las ilusiones, al igual que la inoperancia de la alcaldía de la ciudad por rescatar el parque, no pueden arrancar, no solamente mis recuerdos, sino, que todos los recuerdos de miles de personas que alguna vez se juraron amor eterno en las bancas del parque o que simplemente pasaron una tarde de tranquilidad, alejados del trajín que representa vivir en las grandes ciudades”.

 

 

Toronto, 27 de febrero, 2013

 

 

domingo, 10 de febrero de 2013

De Ladrones a Matones

"Sé que en varias ocasiones he escrito sobre la triste realidad que vive Honduras, sobre la violencia que nos azota, la corrupción y sobre la sucia política que nos ha dejado postrados y hundidos en la miseria. Todo lo citado anteriormente son verdades que están a la vista, aunque algunos traten de hacernos ver lo contrario, como dijo Pepe Lobo, nuestro "flamante" presidente, elegido en un comicio electoral totalmente ficticio después del golpe de estado en el 2009; que por cierto algunos todavía no reconocen que existió y se refieren al mismo como "sucesión democrática".

 La semana pasada estaba leyendo una noticia donde Pepe Lobo dice que la inseguridad se ha reducido y que la economía del país va por un buen camino. ¿Por qué camino me pregunto? ¿Por el camino que conduce hacia un profundo abismo? Me resulta muy difícil no escribir sobre la realidad, a veces trato de no leer las noticias, pero, siempre caigo y termino revisando los periódicos y aunque he tratado de no referirme tanto a la violencia y a la inseguridad que reina en el país, es imposible hacerse el de la vista gorda.

 Me deprime de sobremanera ver como todo se ha ido al precipicio y al mismo tiempo me considero afortunado porque conocí la otra Honduras, esa Honduras donde se podía vivir tranquilo, donde se podía caminar por las calles sin miedo, aunque siempre se ha corrido el riesgo de ser atracado por algún ladronzuelo. Sin embargo, eso puedo pasar en cualquier países del mundo, incluso en Canadá.

 Lo que me aterra no son esos casos de delincuencia común, lo que me aterra son los crímenes macabros que ocurren a diario en el país, y dichos crímenes en su gran mayoría tienen como origen el ajuste de cuentas entre traficantes de drogas y los carteles que se han adueñado del país y de las mafias que se han proliferado como hormigas, incluyendo la mafia de los partidos políticos tradicionales, que son capaces de hacer cualquier disparate con tal de seguir gozando las mieles del poder.

 Creo que todo esto nos ha agarrado de sorpresa, hasta un par de años atrás estos ajustes de cuenta eran solo historias que mirábamos en otros países por televisión o en esas películas de gánsters que tanto gustan a los productores de Hollywood, pero, en nuestro país como lo dije anteriormente las noticias no pasaban de ser las mismas: esas noticias de atracos, del ladrón que arrebato alguna cadena en alguna calle de Tegucigalpa o aquellos ladrones que eran maestros en el arte de extraer billeteras de los bolsillos en cualquier autobús. Incluso llegue a sentir admiración por aquellos ladrones, poseían el don de la sutileza para robar sin usar una pistola y la mal nacida violencia, y robaban para mitigar el hambre, ya que ellos eran el resultado claro de la pobreza producida por nuestros gobernantes y sus políticas absurdas.

 Honduras geográficamente esta ubicada en una zona estratégica para el trasiego de drogas y ante la debilidad por el dinero de nuestras autoridades, nos hemos visto invadidos por toneladas y toneladas de drogas, yendo y viniendo por todas partes del territorio. En varias comunidades de la costa atlántica del país se puede apreciar el "progreso" en las pobres aldeas; los traficantes arrojan desde avionetas o desde lanchas que alcanzan grandes velocidades la droga al mar, antes de que esta sea incautada.
Los pobladores recogen los fardos conteniendo la droga y la almacenan en sus casas, hasta ser reclamada por los miembros de los diversos carteles que operan en el país. Las personas que almacenan las drogas reciben un pago por el servicio de almacenaje; debido a esta "actividad comercial" las miserables aldeas de la costa atlántica del país, han experimentado un gran cambio.

 las pobres chozas con piso de tierra y techo de palmeras de coco, han ido pasando a mejor vida y grandes mansiones han sido edificadas; satélites de Direct TV sobresalen en las amplias terrazas de las mansiones y ahora las lujosas camionetas 4x4 han desplazado a los caballos y a las bicicletas. Incluso actividades ancestrales como la pesca y la agricultura han dejado de practicarse.
Este trasiego de drogas está dejando un baño de sangre no solamente en Honduras, sino que también en toda la zona centroamericana incluyendo México. Es difícil vérselas con noticias negativas cada día, especialmente cuando se vive afuera del país, porque cuando se vive en el país te terminas adaptando a la realidad en que se vive y no queda de otra que aprender a sobrevivir.

Aunque es duro y llega un momento que nada llega a sorprender. Internacionalmente nos han puesto como un infierno, nos han dado la fama de ser un país violento, con gente mala y asesinos desalmados; se ha caído en ese error de generalizar y yo puedo asegurar que la gente mala y los asesinos son un puñado de individuos, son más los buenos y los luchadores, que buscan sobrevivir en un país duro y que ha llegado a tales extremos gracias a los políticos de siempre, a la corrupción y a un par de familias poderosas que han hecho con el país lo que les ha entrado en gana. No me cabe duda que somos más los hondureños que luchamos por un mejor futuro, así como son más los malienses o los sierra leoneses que sueñan con una tierra de paz.

 Ante todo esta estela de sangre que está dejando el crimen organizado y los carteles del narcotráfico, me parece sumamente irónico que los que nos satanizan o los que nos ponen esa etiquete de incivilizados y recomiendan a sus ciudadanos que no visiten no solamente Honduras, sino que también el resto de Centroamérica y México, son los llámense países "desarrollados" y son los principales consumidores de drogas. No estoy hablando de drogas "suaves" que incluso han sido parte de nuestras culturas, sino que de drogas sintéticas, drogas que crean una enorme adicción, haciendo el "negocio" más rentable, ya que la demanda siempre está aumentando.

 Me pregunto ¿qué pasaría si no hubiera tanto consumo de drogas en los Estados Unidos y el mismo Canadá? ¿Sería Centroamérica igual? o ¿que pasaría si se legalizaran las mismas? Sonando un tanto dictatorial, creo que nuestros países centroamericanos se han visto afectados por el consumo masivo de sustancias prohibidas en los países norteamericanos y europeos.
 Directamente estamos viviendo una especia de guerra civil con tal de que las drogas lleguen a los consumidores finales y los “grandes” países ¿qué hacen? Creo que aparte de dar apoyo militar y avanzados radares para detectar barcos y aviones, deberían de hacer una radiografía de lo que pasa en sus sociedades y dejar de tildarnos de salvajes. Es necesario afrontar la realidad de frente para desarrollar nuestras conciencias.

Quiero terminar esta columna diciendo que tengo que ser positivo, aunque se que más de alguno va a decir: este que se cree, si ni vive en nuestra realidad y nos viene hablar de positivismo y toda esa mierda. Quiero creer o mejor dicho me gusta creer que el cambio algún día llegará y que las sociedades seremos verdaderas redes de trabajo y la violencia será un asunto del pasado y que Honduras volverá a ser esa tierra de paz que un día fue.

 Toronto, 10 de febrero, 2013