martes, 30 de septiembre de 2014

Relatos de la montaña.

Después de algunas desilusiones literarias, aquí estoy nuevamente recuperando las energías para seguir escribiendo, ya que al fin y al cabo ( y sin ánimos de sonar trascendente) es una de las pocas actividades que me mantiene atado a la fantasía y a esos sueños que muchas veces parecen que se quieren escapar.

“En la montaña aprendes que eres muy pequeño, una piedrecilla que baja o una tormenta te pueden eliminar del mapa, y eso me hace relativizar mucho las cosas y entender lo que es importante.”
Killian Jornet



I Parte

A pesar de que era mediados de mayo, el frío todavía estaba presente en Toronto y la primavera sabía mas a otoño que a primavera.
Los preparativos para el viaje llevan ya varias semanas, el menú para alimentarnos por cinco días en la montaña estaba listo, la comida deshidratada debidamente empaquetada, al igual que el equipo, que va desde la tienda de campaña a los utensilios para poder cocinar en la intemperie.
La habitación en nuestra casa que usamos como oficina es un galimatías con tantas cosas regadas a doquier, sin embargo a pesar del caos todo esta en un orden convexo, los mapas, las mochilas debidamente empacadas, las botas y tantos elementos que al fin determinan el éxito de la aventura.
 Shoshannah, con mas experiencia que yo, cuida cualquier detalle, que por absurdo que parezca puede ser fundamental cuando se esta en medio de la nada.

Por fin, el día indicado había llegado y nos levantamos mas temprano de lo habitual para emprender una nueva aventura que tenía como destino las smoky mountains en Carolina del Norte.
Por delante teníamos un día largo y varios kilómetros por recorrer, al igual que esa emoción que siempre esta presente cuando se tiene que cruzar una frontera y el hecho de que era mi primer “road trip” por los Estados Unidos.

Muchas veces me parece que estamos tan cerca de los Estados Unidos, para ser mas exacto a dos horas conduciendo, sin embargo cuando se cruza la frontera me parecen que las distancias son inacabables, tanto las distancias ideológicas como las geográficas, mas las ideológicas que separan tanto Canadá de esa poderosa nación.
Lo mas interesante de los “road trips”, aparte de los magníficos escenarios que nos arrojan algunas carreteras, es el hecho de poder parar en pueblitos a tomar algún café o a contemplar cualquier paisaje olvidado en medio de la nada, bajarse del coche y entregarse a contemplar alguna vista que no era esperada.
Aunque, debo de admitir que extraño los trenes y los viajes en autobús, donde solía tener todo el tiempo del mundo para leer y para soñar despierto, mientras miraba por la ventana como los segundos pasaban desdeñosamente, acompañados muchas veces de imágenes borrosas.

En esta ocasión la historia fue otra: me tocó estar al frente del volante por varias horas, alternándome con Shoshannah y cuando no estaba conduciendo trataba de descifrar infinitos mapas que parecían que nunca terminarían teniendo sentido alguno.
Aquel viaje representaba algo mas que un simple recorrido por las carreteras estadounidenses; representaba el encuentro con la montaña, con el bosque y el silencio; elementos que se necesitan tanto, especialmente cuando se vive en una gran metrópolis como Toronto.

Los kilómetros se fueron extendiendo y fuimos cruzando varios estados de la enorme nación norteamericana, hasta que el cansancio no daba para mas y decidimos que lo mejor era pernotar en un motel de carretera en algún lugar remoto de Pennsylvania.
La mañana siguiente el sol brillaba con toda su intensidad y todavía teníamos varios kilómetros por delante para llegar a nuestro destino, después de una parada obligatorio para desayunar y para volver a la vida con el ansiado café, la carretera aguardaba por nosotros.

Manejamos por horas y horas por carreteras de dos carriles, esas que tanto me gustan, dejando en el olvido las tristes autopistas y sin darnos cuenta, las deseadas montañas se fueron asomando al borde de varias praderas.
Entramos en el Estado de Carolina del Norte siendo recibidos por una brisa cálida y una humedad que nos cayó de maravilla, después del largo invierno canadiense, bajamos los vidrios del coche para que ese aire cálido entrara y dejará en el recuerdo el frío que nos precedía.
Seguimos transitando por las pintorescas carreteras de dos carriles a la orilla del río Pigeon, hasta que la oscuridad nos abrazó, robándonos así un solemne escenario revestido de un encanto netamente natural, no obstante nos regaló el mágico susurro de las aguas del río en mención, que cruza el estado de Carolina del Norte hasta llegar a Tennesee y una luna que relumbraba el camino trepidantemente fue nuestra guía.

Llegamos al lugar designado para acampar y del cual la mañana siguiente estaríamos saliendo en nuestro andar por cinco días a través de las Smoky Mountains.
Montamos la tienda con la ayuda de nuestras lámparas y antes de caer profundamente dormidos con el murmullo de las corrientes del Pigeon repasamos un tanto el mapa y la logística antes de emprender la aventura.

Extrañaba tanto dormir en una tienda y enfundarme en mi saco de dormir, despertar la mañana siguiente y encontrarme con ese rocío intenso que resulta imposible de describir.
En el campamento base se encontraban varios excursionistas, algunos se preparaban para caminar por el parque, otros habían regresado después de pasar algunos días andando por los milenarios senderos, se notaban sumamente fatigados, desaliñados y con esa sensación que conozco muy bien, y que es una mezcla de felicidad por volver a ver algo de “civilización” pero, que al mismo tiempo termina en una tristeza profunda al dejar todo lo sublime que nos regalan las montañas y el estar expuestos en su totalidad a los designios sagrados de la madre naturaleza atrás.

Preparé un café en la estufita portátil y un té para Shoshannah, mientras el sol empezaba a asomar a través de los gigantescos árboles que resguardan el campamento base. El primer sorbo de café me cayó de maravilla y sentí esa paz que solo se siente cuando se deja un millón de pasados atrás.
Shoshannah despertó y se unió a mí , estirando sus brazos como dos alas revigorizadas dispuestas a emprender el vuelo hacía cualquier cielo.

Era un día espectacular, el susurro del río Pigeon se hacia sentir y antes de desayunar nos asomamos hacia un pequeño arrollo que se enraizaba en una cascada a unos cuantos pasos del campamento base.
Desayunamos y preparamos lo esencial para llevar con nosotros en aquellos cinco días en que dejaríamos atrás nuestros móviles, el apuro de contestar correos eléctricos, las redes sociales, las macabras noticias que a diario circulan por los medios informativos y toda la presión que representa vivir en un mundo tan moderno y en una sociedad tan competitiva.
Todo se resumía a nuestras mochilas y a esas ganas insaciables de escaparnos de la realidad.

Desmontamos la tienda, nos cercioramos de tener lo necesario y otra vez Shoshannah me sorprendió con su capacidad organizativa de tener todo debidamente calculado, desde la raciones de alimentos que necesitábamos hasta el botiquín de primeros auxilios y es que cada ínfimo detalle marca una gran diferencia cuando se este lejos de cualquier indicio de civilización.

Las smoky mountains eran mi segunda aventura de montaña, mi primera aventura había sido cuatro años atrás en el Val d’ Aran en Catalunya, donde afortunadamente logré admirar paisajes que hasta el día de hoy no he vuelto a ver; como encontrar un pequeño lago de aguas turquesas a dos mil metros de altura y caballos salvajes cabalgando a un compás libertario.

Sin embargo, he aprendido que queda montaña es diferente y única al mismo tiempo, y lo mas importante: he aprendido a respetar las mismas y a saber que en cualquier segundo todo puedo cambiar, de un intenso calor y la peor humedad, se puede pasar a un frío penetrante, se tiene que estar preparado para todo y al mismo tiempo se debe ser minimalista, cargar lo esencial y ser lo mas liviano que se pueda.

Dejamos lo que no necesitábamos en nuestro coche, el cual volveríamos a ver en cinco días y sin mas preámbulo nos encaminamos en búsqueda del primer sendero del día. Eran las nueve de la mañana y ocho millas de cuesta arriba nos esperaban, el peso de nuestras mochilas no fue capaz de borrar la sonrisa que se dibujaba en nuestros rostros ante la excitación de desaparecer entre las sendas que nos conducirían a vivir otra aventura.

Toronto, 30 de septiembre, 2014.



  













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